Discurso de Toni Morrison al
recibir el Premio Nobel de literatura
7 de diciembre de 1993
“Había
una vez una mujer anciana. Ciega pero sabia.” ¿O era un hombre anciano? Acaso era
un gurú. O un griot calmando chicos inquietos. Yo escuché esta historia, o una
exactamente como ésta, en el saber popular de varias culturas.
“Había
una vez una mujer anciana. Ciega. Sabia.”
En
la versión que conozco la mujer es hija de esclavos, negra, americana y vive
sola en una pequeña casa afuera del pueblo. Su reputación respecto de su
sabiduría no tiene par y es incuestionable. Entre su gente ella es a la vez la
ley y su trasgresión. El honor que y el respeto que le tienen, va hasta mucho más
allá de su pueblo; llega hasta la ciudad donde la inteligencia de los profetas
rurales es una fuente de mucho asombro.
Un
día a la mujer la visitan unos jóvenes que vienen con la intención de
desaprobar su clarividencia y poner en evidencia el fraude que creen que ella
es. Su plan es simple: entran en su casa y le hacen la única pregunta cuya sola
respuesta manifiesta la diferencia que tienen con ella, una diferencia que ven
como una profunda ineptitud: su ceguera. Se le paran enfrente y uno le dice: “Anciana,
tengo en mi mano un pájaro. Dígame si está vivo o muerto.”
Ella
no contesta y repiten la pregunta. “¿Está vivo o muerto el pájaro que tengo?”
Tampoco
contesta. Es ciega y no puede ver a sus visitantes, mucho menos lo que tienen
en sus manos. No sabe el color de su piel, de dónde vienen ni si son hombres o
mujeres. Sólo conoce sus motivos.
El
silencio de la mujer es tan largo que los jóvenes tienen dificultad para
aguantar la risa.
Finalmente
habla y su voz es suave pero severa. “No sé”, dice, “no sé si el pájaro que tienen
está vivo o muerto, lo único que sé es que está en sus manos. Está en sus
manos.”
Su
respuesta puede ser tomada así: si está muerto, ustedes lo encontraron de este
modo o lo mataron. Si está vivo, todavía pueden matarlo. En caso de que lo
dejen vivo, es su decisión. En todo caso, es su responsabilidad.
Por
querer burlar los poderes y la impotencia de la anciana, los jóvenes reciben
una reprimenda, porque son responsables no sólo del acto de burla sino también
por el pequeño manojo de vida sacrificado para conseguir sus fines. La anciana
deja de prestarles atención a las aserciones de poder para prestarle atención
al instrumento mediante el cual ese poder es ejercido.
La
especulación de qué podría significar ese pájaro-en-la-mano (otra que su propio
cuerpo frágil) siempre fue algo atractivo para mí, especialmente ahora,
pensando, como lo vengo haciendo, acerca del trabajo que me ha traído ante
ustedes. Por eso elijo leer al pájaro como el lenguaje y a la mujer como a una
escritora con práctica. Ella está preocupada por cómo el lenguaje con el cual
ella sueña, y que le fue dado al nacer, es manejado, puesto al servicio de
diversos intereses, incluso apartado de ella con nefastos propósitos. Siendo
una escritora, considera al lenguaje en parte como un sistema, en parte como
una cosa viviente sobre la cual una tiene control, pero sobre todo como una
operación- un acto con consecuencias. Entonces, la pregunta que los chicos le
hicieron, “¿Está vivo o muerto?”, no es irreal porque ella piensa al lenguaje como
algo susceptible de muerte, de erosión. Desde luego expuesto al peligro y
salvable sólo por un esfuerzo de la voluntad. Cree que si el pájaro en las
manos de los visitantes está muerto, los custodios son responsables por el
cadáver. Para ella una lengua muerta no es sólo esa que no se habla o no se
escribe más, sino que sobre todo es la obstinada lengua que se contenta con la
admiración de su propia parálisis. Como una lengua estática, censurada y
censuradora. Despiadada en su actividad policial, no tiene deseos ni otro
propósito que mantener el campo abierto de
su propio narcisismo narcótico, su exclusividad y dominio. Por más moribundo
que esté, no queda sin efecto ya que frustra activamente el intelecto, ahoga la
conciencia, suprime la potencia humana. Inmune a las preguntas, no puede formar
o tolerar nuevas ideas, armar nuevos pensamientos, contar otra historia, llenar
los desconcertantes silencios. Una lengua oficial, fragmentada para sancionar
la ignorancia y preservar los privilegios, es una armadura pulida para dar
brillo, una cáscara de donde el caballero se ha ido hace mucho tiempo. Y sin
embargo, ahí está: tonta, predatoria, sentimental. Excitando la reverencia en
las escuelas, dando resguardo a los déspotas, reuniendo falsas memorias de
estabilidad y de armonía entre la gente.
Ella
está convencida de que cuando el lenguaje muera, a causa del descuido, el
desuso, la indiferencia y la falta de estima, o sea asesinado por una orden, no
sólo ella, sino todos los hablantes y creadores serán responsables de su
muerte. En su país los chicos se sacaron la lengua a mordiscos y usan balas para
no repetir la voz sin habla, la voz de un lenguaje lisiado y golpeador; ese dispositivo
para luchar con significados que los adultos abandonaron, y que podría
proveerlos de una guía o expresar amor. Pero ella sabe que sacarse la lengua no
es sólo una opción de niños. Es muy común entre las infantiles cabezas de
estado y los comerciantes del poder, cuyos vaciados lenguajes los dejaron sin
acceso a lo que queda de sus instintos humanos, dado que sólo les hablan a
aquellos que obedecen, o en todo caso hablan para forzar una obediencia.
El
saqueo sistemático del lenguaje puede ser reconocido como la tendencia de sus
hablantes a renunciar a sus matizadas, complejas y mayéuticas propiedades para
usarlo como medio de amenaza y subyugación. El lenguaje opresivo hace más que
representar la violencia; es violencia; hace más que representar los límites
del conocimiento, lo limita. Sea el oscuro lenguaje de estado o las
tergiversaciones de los insensatos medios; sea el maligno lenguaje de la
ley-sin-ética, o aquél designado para el alienamiento de las minorías,
escondiendo sus saqueos racistas debajo de un maquillaje literario- todo esto
debe ser rechazado, alterado y expuesto. Es el lenguaje que chupa sangre, que
se ajusta la bota fascista con crinolinas de respetabilidad y patriotismo al
tiempo que se mueve implacablemente hacia el último y más oscuro lugar de la
mente. Lenguaje sexista, lenguaje racista, lenguaje teísta- son todas formas
típicas de las políticas de lenguaje del dominio, que no pueden y no permiten
nuevos conocimientos ni el encuentro de nuevos intercambios de ideas.
La
anciana es profundamente conciente de que ningún intelecto mercenario, ningún dictador
insaciable, ni político a sueldo o demagogo, ni ningún periodista impostor serían
persuadidos por estos pensamientos suyos. Hay y habrá un lenguaje que excite a los
ciudadanos a mantenerse armados, asesinando y siendo asesinados en los shoppings,
juzgados, correos, plazas, cuartos y bulevares; un lenguaje agitado,
conmemorativo, que enmascara la pena y el gasto de una innecesaria muerte. Va a
haber un lenguaje diplomático que apruebe la violación, la tortura, el
asesinato. Hay y seguirán habiendo más
lenguajes seductores, mutantes, designados para estrangular a las mujeres, hacer de sus gargantas
un paté con sus propias palabras transgresivas e imposibles de decir; va a
haber más lenguajes de vigilancia disfrazados como investigación, de política e
historia, calculados para someter al silencio a millones de personas que sufren,
un lenguaje glamoroso para maravillar a los insatisfechos para que asalten sus
barrios, arrogantes lenguajes seudo empíricos maquinados para encerrar a las
mentes creativas en jaulas de inferioridad y desamparo.
Debajo
de la elocuencia, el glamour, las asociaciones aprendidas de memoria, por más
seductoras o incitantes que sean, por debajo, el corazón de ese lenguaje está
languideciendo o quizá ya no late más… si el pájaro ya está muerto.
Ella
pensó en cómo podría haber sido la historia intelectual de cualquier disciplina
si no se hubiera insistido en el gasto de tiempo y vida que las
racionalizaciones y representaciones de la dominación requirieron; pensó cómo
podría haber sido si esa disciplina no hubiera sido metida a la fuerza en los
letales discursos de exclusión que bloquean el acceso al conocimiento tanto al
guardián como al prisionero.
La
convencional enseñanza de la historia de la Torre de Babel es que ese derrumbe fue una
desgracia. Fue la distracción o el peso de tantas lenguas lo que precipitó la
fallada arquitectura de la torre. Ese único y monolítico lenguaje hubiera dado
curso a la construcción y el paraíso hubiera sido alcanzado. ¿El paraíso de
quién?, ella se pregunta. ¿Y de qué tipo? Quizás alcanzar el Paraíso hubiera
sido una cosa prematura y un poco apresurada, si nadie se podía tomar el trabajo
de entender otras lenguas, otras miradas, otros períodos narrativos. Si así
hubiera sido, es posible que ese paraíso lo hubieran encontrado a sus pies.
Complicado, demandante, sí, pero sería una visión del paraíso como vida, y no
como vida más allá.
Ella
no quisiera dejar irse a los jóvenes con la impresión de que el lenguaje debe
ser forzado a mantenerse vivo para que meramente sea. La vitalidad del lenguaje
reside en su habilidad para pintar lo actual, las vidas imaginadas y posibles
de sus hablantes, lectores, escritores. Aunque a veces su equilibrio esté en
desplazar la experiencia, no es es sustituto de ella. Se extiende y arquea
hacia donde el significado puede estar. Cuando un presidente de los Estados
Unidos pensó en el cementerio en que
su país se había convertido, dijo “El mundo apenas notará ni recordará por
mucho tiempo lo que digamos ahora. Pero nunca va a olvidar lo que acá pasó”:
sus simples palabras son estimulantes en cuanto a sus propiedades para mantener
la vida porque se negaron a encapsular la realidad de 600.000 muertos de una
catastrófica guerra racial. Negándose a monumentalizar, desdeñando la “palabra
final”, el conteo preciso, reconociendo su “pobre poder para sumar o apartar”,
sus palabras señalan deferencia hacia lo incapturable de la vida que llora. Es
esa deferencia lo que la mueve a la anciana, ese reconocimiento de que el
lenguaje nunca puede coincidir completamente con la vida. Cosa que tampoco
debería. El lenguaje nunca puede fotografiar la esclavitud, el genocidio, la
guerra. Ni debería lamentarse por la arrogancia de poder hacerlo. Su fuerza, su
felicidad radica en lanzarse hacia lo inefable.
Grandiosa
o escasa, excavando, estallando, o negándose a santificarse, aunque se ría en
voz alta o llore sin un alfabeto, la palabra elegida, el silencio elegido, el
sereno lenguaje surge y se dirige hacia el conocimiento, no hacia su
destrucción. Pero, ¿quién no sabe de literatura prohibida por ser cuestionadora,
desacreditada por ser crítica, borrada porque invierte? ¿Y cuántos son
violentados por el pensamiento de un idioma que se autodestruye?
Ella
piensa que el trabajo con las palabras es sublime porque es generativo, toma un
significado que asegura nuestra diferencia, nuestra humana diferencia- del modo
en que no somos como ninguna otra vida.
Morimos.
Ese puede ser el significado de la vida. Pero nosotros hacemos el lenguaje. Esa
puede ser la medida de nuestras vidas.
“Había
una vez…” Unos visitantes le hacen una pregunta a una anciana. ¿Quiénes son
esos chicos?, ¿qué hicieron de ese encuentro?, ¿qué escucharon en esas palabras
finales: “El pájaro está en tus manos”?: ¿una oración que gesticula alguna
posibilidad o una que deja caer un picaporte? Quizás lo que los chicos
escucharon es “No es mi problema. Soy vieja, mujer, negra, ciega. Lo único que
sé ahora es que no puedo ayudarlos. El futuro del lenguaje es suyo, no mío.”
Están
parados ahí. ¿Y si suponemos que no hay nada en sus manos? Supongamos que la
visita no fue más que una astucia, un truco para que les hablaran, para ser
tomados seriamente como nunca lo habían sido anteriormente. Una oportunidad
para interrumpir y violar el mundo adulto, su discurso de miasma acerca de
ellos, para ellos, pero nunca dirigido hacia ellos. Urgentes preguntas están en
juego, incluyendo la que hicieron: “Está vivo o muerto el pájaro?” Quizá la
pregunta quería decir: “¿Alguien podría decirnos qué es la vida, qué la
muerte?” Ningún truco, ninguna tontería. Una pregunta directa que vale la
atención de alguien con sabiduría. Y experiencia. Pero si quien tiene
experiencia y sabiduría y ha vivido una vida y enfrentado la muerte no puede
describir ni una ni la otra, ¿quién, entonces?
Pero
ella no lo hace, se guarda su secreto, la buena opinión que tiene de sí misma,
sus pronunciamientos de gnomo, su arte sin compromiso. Mantiene su distancia,
la refuerza y se retrae en su singularidad y desolación, en un espacio
sofisticado y de privilegio.
Nada,
ninguna palabra sigue a su declaración de transferencia. Ese silencio es
profundo, más profundo que el significado disponible en las palabras que ella
ha dicho. Tiembla ese silencio y los chicos, enojados, lo llenan con un
lenguaje inventado en el momento.
“¿No
hay discurso o palabras”, le preguntan, “que pueda usted darnos para atravesar
su historial de fracasos, atravesar la enseñanza que nos acaba de dar, que no
es tal cosa porque le estamos prestando mucha atención tanto a lo que acaba de
hacer como a lo que dijo?; ¿no hay palabras para atravesar la barrera que usted
levantó entre la generosidad y la sabiduría?”
“No
hay ningún pájaro en nuestras manos, ni vivo ni muerto. Sólo la tenemos a usted
y a nuestra impotente pregunta. ¿Es la nada en nuestras manos algo que no
soportaría contemplar, ni siquiera adivinar? ¿No recuerda su juventud cuando el
lenguaje era mágico sin significado, cuando lo que podía decir podía no
significar, cuando lo invisible era lo que la imaginación se esforzaba por ver,
cuando las preguntas y demandas de respuestas quemaban tanto que temblaba de
furia al no conocer?
“¿Tenemos
que llegar a ser adultos y concientes luchando esa batalla que héroes y
heroínas como usted ya pelearon y perdieron dejándonos con nada en nuestras
manos, salvo lo que ustedes imaginaron que había? Su respuesta es un hábil
artificio y nos avergüenza y debería avergonzarla a usted. Su respuesta es
indecente en su autocomplacencia. Es un guión hecho para la televisión, que no
tiene sentido si no hay nada en nuestras manos.
“¿Por
qué no se estiró para tocarnos con sus dedos suaves, para retrasar el sonido de
la mordida que es esta lección, hasta que supiera quiénes éramos? ¿Tanto despreció
nuestro truco, nuestro modus operandi que no vio lo deslumbrados que estábamos
por querer llamar su atención? Somos jóvenes. Inmaduros. Toda nuestra corta
vida escuchamos que debemos ser responsables. ¿Qué puede significar eso en la
catástrofe en que este mundo se ha convertido?, ¿donde, como dijo el poeta:
“nada necesita ser expuesto porque todo ya está descubierto”? Nuestra herencia
es una afrenta. Usted quiere que tengamos sus viejos, ciegos ojos y que veamos
sólo la crueldad y la mediocridad. ¿Se cree que somos tan estúpidos como para
romper las promesas que nos hicimos una y otra vez, por la mera ficción de una
nacionalidad? ¿Cómo es que se atreve a hablarnos del deber cuando estamos hundidos
hasta la cintura en la toxina de su pasado?
“Usted
nos banaliza y vuelve trivial el pájaro que no tenemos en las manos. ¿Acaso no
hay contexto para nuestras vidas, ninguna canción, literatura o poema lleno de
vitaminas, ninguna historia conectada con la experiencia que nos pueda pasar
para ayudarnos a empezar con más firmeza? Usted es una adulta. La anciana, la
sabia. Deje de pensar en salvar su pellejo. Piense en nuestras vidas y cuéntenos
su particular mundo. Invente una historia. Narrar es ago radical que nos crea
al mismo tiempo que creamos. No la vamos a culpar si su alcance excede su
comprensión, si el amor así enciende sus palabras, se transforman en llamas y
nada queda de ellas salvo su combustión. O si, con la reticencia de la mano de
un cirujano, sus palabras suturan sólo en los lugares donde la sangre podría
brotar. Sabemos que nunca podría hacerlo del todo bien- así, de una vez y para
siempre. La pasión nunca es suficiente, ni la habilidad. Pero intente. Para que
ni nosotros ni los suyos olviden su nombre en las calles, díganos qué fue para usted
el mundo en los lugares oscuros y en los luminosos. No nos diga qué creer, qué
temer. Muéstrenos los amplios ámbitos de la creencia y la costura desde la cual
se desenreda la membrana del miedo. Usted, anciana mujer, bendecida con la
ceguera, puede hablar el lenguaje que nos dice aquello que sólo el lenguaje
puede: cómo ver sin pinturas. Sólo el lenguaje nos protege del terror de las
cosas sin nombre. Sólo el lenguaje es meditación.
“Díganos
qué es ser una mujer así podemos saber qué es ser un hombre. Lo que es moverse
en el margen. Lo que es no tener casa en este lugar. Ser puesto a la deriva y
lejos de los que uno conoce. Lo que es vivir al borde de pueblos que no
soportan su presencia.
“Cuéntenos
acerca de los barcos alejados de la costa para Pascua, la placenta en los
campos. Cuéntenos de los vagones cargados de esclavos, de cuán suavemente
cantaban de modo que no podía distinguirse de la nieve cayendo, de cómo sabían,
por la curvatura del hombro más cercano, que la próxima parada sería la última,
de cómo, con las manos juntadas en sus sexos, pensaban en el calor, y después
en el sol, levantando sus caras como si estuviera ahí nomás para tocarlo. Girando
como si estuviera ahí para tocarlo. Paran en una posada. El conductor y su compañero entran en ella con una lámpara,
dejándolos susurrando en la oscuridad. El vapor que sale de los resoplidos del
caballo llega hasta la nieve debajo de sus patas, y ese silbido y la nieve
derritiéndose son la envidia de los congelados esclavos.
“La
puerta de la posada se abre: una chica y un chico se asoman desde ese adentro
iluminado. Trepan al vagón. El chico tendrá un arma en tres años, pero ahora
lleva una lámpara y una jarra con bebida tibia. Se la pasan de boca en boca. La chica ofrece pan, pedazos de carne
y algo más: una mirada rápida a los ojos de aquellos a los que les iba
sirviendo. Uno para cada hombre, dos para cada mujer. Y una mirada. Ellos
devuelven la mirada. La próxima parada será la última. Pero no ésta. En ésta
hay calor.”
Está
todo en silencio cuando los chicos terminan de hablar, hasta que la mujer lo
rompe.
“Finalmente,
dice, confío en ustedes ahora. Confío en ustedes con el pájaro que no está en
sus manos porque lo han atrapado verdaderamente. Miren. Qué hermoso es, esto que
hemos hecho - juntos.”
Versión
de Tom Maver
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Para leer u oír el discurso en inglés: