2.11.11

John Berger - La hora de la poesía


John Berger (Inglaterra, 926 - )



LA HORA DE LA POESÍA



Todos sabemos cuántos pasos hay,
compañero, de la celda
hasta la sala aquella.

Si son veinte,
ya no te llevan al baño.
Si son cuarenta y cinco,
ya no pueden llevarte
a ejercicios.

Si pasaste los ochenta,
y empiezas a subir
a tropezones y ciego
una escalera
ay si pasaste los ochenta
no hay otro lugar
donde te pueden llevar,
no hay otro lugar,
no hay otro lugar,
ya no hay otro lugar.


Hay un hotel junto al lago, cerca de donde vivo. Durante la última guerra fue el cuartel general de la Gestapo local. A mucha gente la interrogaron y torturaron ahí. Hoy es un hotel nuevamente. Desde el bar se puede ver por encima del agua las montañas al otro lado, lejanas. Mirás un lugar que cientos de pintores románticos del siglo diecinueve hubieran llamado sublime. Y era este lugar hacia donde, antes y después de sus interrogatorios, los torturados miraban. Era ante este lugar donde los amigos y los seres queridos de los torturados se detenían, impotentes, a mirar el edificio en donde uno de los suyos era sometido a un dolor indecible o a una muerte de larga agonía. Entre lo sublime y su presente realidad, ¿qué era lo que veían en esas montañas y ese lago?
            De todas las experiencias, la tortura sistemática es probablemente la más indescriptible. No simplemente por la intensidad del sufrimiento involucrado, sino también porque la iniciativa de tal tortura se opone al supuesto sobre el cual todos los lenguajes están basados: el supuesto de la comprensión mutua a través de lo que diferencia. La tortura destruye al lenguaje: su propósito es separar al lenguaje de la voz y a las palabras de la verdad. El que está siendo torturado lo sabe: me están rompiendo. Su resistencia consiste en tratar de limitar el “yo” que están rompiendo. La tortura destroza.

No les creas cuando te muestren
la foto de mi cuerpo,
no les creas.
No les creas cuando te digan
que la luna es la luna,
si te dicen que la luna es la luna,
que ésta es mi voz en una grabadora,
que ésta es mi firma en un papel,
si dicen que un árbol es un árbol,
no les creas,
no les creas
nada de lo que te digan,
nada de lo que te juren,
nada de lo que te muestren,
no les creas.

La tortura tiene una larga y extendida historia. Si la gente hoy está sorprendida por la escala de su reaparición (¿alguna vez desapareció?), es quizá porque dejaron de creer en el mal. La tortura no es terrible porque sea rara o porque pertenezca al pasado: es terrible por lo que hace. Lo contrario de la tortura no es el progreso sino la caridad. (El tema es tan cercano al Nuevo Testamento que sus términos son utilizables.)
            La mayoría de los torturadores no son sádicos – en el sentido clínico de la palabra- ni encarnaciones del puro mal. Son hombres y mujeres que fueron condicionados para aceptar y que luego practican. Hay escuelas formales y no formales para los torturadores, la mayoría financiadas por el Estado. Pero el primer condicionamiento empieza, antes de la escuela, con proposiciones ideológicas que dicen que cierta categoría de personas es fundamentalmente diferente y que esta diferencia constituye la suprema amenaza. La separación de la tercera persona, ellos, de nosotros y vos. La siguiente lección, ahora en las escuelas de tortura, es que sus cuerpos son mentiras porque, como cuerpos, ellos dicen no ser tan diferentes: la tortura es un castigo por esta mentira. Si los torturadores se empezaran a preguntar qué aprendieron, incluso entonces continuarían por miedo de lo que ya hicieron, sólo que ahora van a torturar para salvar su propia piel intacta.
            Los regímenes fascistas de Latinoamérica – el Chile de Pinochet, por ejemplo- recientemente han extendido sistemáticamente la lógica de la tortura. No sólo destrozan los cuerpos de sus víctimas sino que también tratan de destruir – así no pueden ser leídos – sus nombres. Sería equivocado suponer que estos regímenes lo hacen por vergüenza: lo hacen con la esperanza de eliminar a los mártires y a los héroes, y para lograr el máximo de intimidación entre la población.
            Una mujer o un hombre es arrestado públicamente, sacado de su casa en un auto a la noche, o de su lugar de trabajo durante el día. Los que lo arrestan, los secuestradores, están vestidos de civil. Después de esto es imposible saber algo del que ha desaparecido. Policías, ministros, juzgados, dicen no saber nada de la persona. Sin embargo, las personas desaparecidas están en las manos de los servicios de inteligencia militar. Meses, años, pasan. Creer que el desaparecido está muerto es traicionarlo; pero creer que está vivo es soñar con las torturas que sufre y luego, casi siempre más tarde, terminar por admitir a la fuerza su muerte. Sin cartas, sin señales de su paradero, sin responsables, sin nadie a quien llamar, sin un fin imaginable para la sentencia porque no hay sentencia. En general el silencio significa falta de sonido. Acá el silencio es activo y se convierte, otra vez sistemáticamente, en un instrumento, pero esta vez para torturar al corazón. Ocasionalmente, algunos cadáveres son arrastrados por la corriente hasta la orilla de las playas y son identificados por pertenecer a la lista de desaparecidos. Ocasionalmente uno o dos vuelven con alguna noticia de los otros que siguen desparecidos: quizá fueron soltados intencionadamente para sembrar nuevas esperanzas que van a torturar miles de corazones.

Mi hijo se encuentra
desparecido
desde el 8 de mayo
del año pasado.
Lo vinieron a buscar,
sólo por unas horas,
dijeron,
sólo para algunas preguntas
de rutina.
Desde que el auto partió
ese auto sin patente
no hemos podido
                               saber
nada más
acerca de él.

Ahora cambiaron las cosas.
Hemos sabido por un joven compañero
al que acaban de soltar,
que cinco meses más tarde
lo estaban torturando
en Villa Grimaldi,
que a fines de septiembre
lo seguían interrogando
en la casa colorada
que fue de los Grimaldi.

Dicen que lo reconocieron
por la voz, por los gritos,
dicen.

Quiero que me respondan con franqueza.
Qué época es ésta,
en qué siglo habitamos,
cuál es el nombre
de este país?
Cómo puede ser,
eso les pregunto,
que la alegría de un
padre,
que la felicidad de una
madre,
consista en saber
que a su hijo
lo están
que lo están torturando?
Y presumir por lo tanto
que se encontraba vivo
cinco meses después,
que nuestra máxima
esperanza
sea averiguar
el año entrante
que ocho meses más tarde
seguían con las torturas

y puede, podría, pudiera,
que esté todavía vivo?


            La tortura física suele concentrarse en los genitales por su sensibilidad, por la humillación que provoca, y porque así se amenaza a la víctima con dejarlo estéril. En el caso de la tortura emocional de los hombres y las mujeres que aman a los que desaparecieron, hacen así: eligen sus esperanzas como un punto donde aplicar el dolor, para producir –a otro nivel – una comparable amenaza de esterilidad.


Si estuviera muerto,
yo lo sabría.
No me pregunten cómo.
Lo sabría.

No tengo ni una prueba,
ni un indicio, ni una clave.
Ni a favor,
ni en contra.

Ahí está el cielo,
del mismo azul
de siempre.

Pero eso no es una prueba.
Seguirán las barbaridades,
y el cielo siempre igual.

Ahí están los niños.
Terminaron de jugar.
Ahora se pondrán a beber
como una horda de caballos
salvajes.
Esta noche se dormirán
apenas su cabeza
toque la almohada.

Pero ¿quién aceptaría eso
como evidencia
de que su padre
no está muerto?

            Frente a tales prácticas y a la frecuencia y participación cada vez mayores de las agencias estadounidenses para su preparación, incluso de sus diarias rutinas, todo tipo de protesta activa y de resistencia debe aumentar. (La Amnistía Internacional está coordinando algunas de ellas.) Además, los poetas – como el chileno Ariel Dorfman – van a escribir poemas (todas las citas de arriba son del libro Desparecidos, publicado por La Amnistía Internacional[1]). Frente a la monstruosa maquinaria del moderno poder totalitario , tan comparada hoy en día con la del Infierno de Dante, más y más poemas van a escribirse.
            En los siglos dieciocho y diecinueve muchas protestas en contra de la injusticia social se escribían en prosa. Eran argumentos razonados escritos con la fe de que, con el tiempo, la gente entraría en razón y que, finalmente, la historia estaría del lado de la razón. Hoy esto no está tan claro. El resultado no está garantizado. El sufrimiento del presente y del pasado es poco probable que sea redimido por una era futura de felicidad universal. Y el mal es una realidad difícil de erradicar. Esto significa que la resolución de llegar a un acuerdo con el sentido que debe darse a la vida, no puede postergarse. El futuro no es confiable. El momento de la verdad es ahora. Y la poesía va a ser más y más la que reciba esta verdad, antes que la prosa. Porque la prosa tiene más confianza que la poesía: ésta, en cambio, le habla a la herida inmediata.
            El lenguaje no nos bendice con la ternura. Todo lo que abraza, lo abraza con exactitud y sin piedad. Incluso en una expresión de cariño la expresión es imparcial; el contexto lo es todo. La bendición del lenguaje es que, potencialmente es completo, tiene la potencialidad de abrazar, de sostener con palabras la totalidad de la experiencia humana. Todo lo que ocurrió y todo lo que pueda ocurrir. Incluso abre un espacio para lo indecible. En este sentido se puede decir que el lenguaje es, potencialmente, la única casa humana, el único lugar para estar que no es hostil al hombre. Para la prosa esta casa es un vasto territorio, un país que se cruza a través de una red de vías, caminos, autopistas; para la poesía está concentrada en un solo centro, en una sola voz.
            Se le puede decir cualquier cosa al lenguaje. Es por esto que es alguien que oye, más cercano que cualquier silencio o cualquier dios. Sin embargo, el hecho de que esté abierto, muchas veces significa indiferencia. (La indiferencia del lenguaje es continuamente solicitada y usada en comunicados, registros legales, archivos.) La poesía se dirige al lenguaje de tal manera como para cortar esta indiferencia y para incitar generosidad. ¿Cómo hace la poesía para provocar esta bondad? ¿Cuál es el trabajo de la poesía?
            Con esto no me refiero al trabajo puesto en escribir un poema, sino al trabajo del mismo poema escrito. Cada poema auténtico contribuye al trabajo de la poesía. Y la tarea de esta incesante labor es la de juntar lo que la vida separó o lo que la violencia destrozó. El dolor físico puede ser reducido o parado generalmente por las acciones. El resto del dolor humano es causado por una u otra forma de separación. Y en este caso los medios para aliviar son menos directos. La poesía no puede reparar ninguna pérdida, pero desafía el espacio que separa. Su incesante trabajo lo que hace es volver a unir lo que fue dispersado.

Oh mi amado
qué dulce es
descender
a bañarme en el lago
delante de tus ojos
dejando que veas cómo
mi mojado vestido de lino
se casa
con la belleza de mi cuerpo.
Vamos, mirame


--Poema inscripto en una estatua egipcia, 1500 a.C.--


            El impulso de la poesía que usa metáforas, que descubre parecidos, no es para hacer comparaciones (esta clase de comparaciones son jerárquicas), ni para disminuir la particularidad de los eventos; es para descubrir esas correspondencias cuya suma total sería la prueba de la indivisible totalidad de la existencia. Esta totalidad es la que le interesa a la poesía, y este interés es el opuesto de uno sentimental; el sentimentalismo siempre ruega por una exoneración, por algo que es divisible.
            Además de volver a unir con la metáfora, la poesía reúne gracias a su alcance. Equipara el alcance de un sentimiento con el alcance del universo; después de cierto punto, la clase de extremismo pierde importancia y todo lo que importa es su grado; sólo por su grado los extremos se juntan.

Soporto igual que vos
la negra y permanente separación.
¿Por qué estás llorando? En vez de eso, dame tu mano,
prometeme que vas a volver en un sueño.
Vos y yo somos una montaña de dolor.
Vos y yo no nos vamos a encontrar en esta tierra.
Si sólo pudieras enviarme a medianoche
un saludo a través de las estrellas
                                                           Anna Ajmátova

            Argumentar acá que lo subjetivo y lo objetivo se confunden es volver a una mirada empírica que la extensión del sufrimiento presente desafía; suficientemente extraño es reclamar un privilegio injustificado.
            La poesía hace que el lenguaje se preocupe y deje de ser indiferente porque todo lo vuelve íntimo. Esta intimidad es el resultado del trabajo del poema, el resultado de acercar a una intimidad cada acto y sustantivo y evento y perspectiva al que el poema se refiera. No hay nada más sustancial que poner al lado de la crueldad y la indiferencia del mundo esta generosidad.

¿Desde dónde nos llega el Dolor a nosotros?
¿De dónde viene?
Ha sido el hermano de nuestras visiones desde un tiempo inmemorial
Y la guía de nuestras rimas

escribe el poeta iraquí Nazik al-Mil’-ika.
            Romper el silencio de los eventos, hablar de la experiencia por más amarga o lacerante, poner en palabras, es descubrir la esperanza de que estas palabras puedan ser escuchadas, y que cuando lo sean, los eventos serán juzgados. Esta esperanza está, por supuesto, en el origen de la plegaria, y la plegaria – tanto como el trabajo – estuvo probablemente en el origen del discurso mismo. De todos los usos del lenguaje, es la poesía la que preserva de modo más puro la memoria de su origen.
            Cada poema que trabaja como un poema es original. Y original tiene dos significados: significa un regreso al origen, al primero que engendró todo lo que siguió; y significa aquello que nunca ocurrió antes. En poesía, y sólo en poesía, los dos sentidos están unidos de tal manera que no son más contradictorios.
            Sin embargo, los poemas no son simples plegarias. Incluso un poema religioso no está exclusivamente dirigido a Dios. La poesía se dirige al lenguaje mismo. Si esto suena oscuro, piensen en una lamentación – ahí las palabras le lloran la pérdida a su lenguaje. La poesía se dirige al lenguaje en una comparable pero más amplia manera.
            Poner en palabras es encontrar la esperanza de que las palabras van a ser escuchadas y los acontecimientos que describen, juzgados. Juzgados por Dios o por la historia. De cualquier manera el juicio es lejano. Pero el lenguaje – que es inmediato y que a veces es erróneamente considerado como un medio – ofrece, obstinada y misteriosamente, su propio juicio cuando es dicho por la poesía. Este juicio es diferente de cualquier código moral, y sin embargo promete, dentro del reconocimiento de lo que escuchó, una distinción entre el bien y el mal – ¡como si el lenguaje mismo hubiera sido creado para preservar sólo esta distinción!
            Por esto es que la poesía es la que más absolutamente que ninguna otra fuerza en el mundo se opone a las monstruosas crueldades mediante las cuales los ricos hoy defienden sus riquezas mal habidas. Es por esto que la hora de los hornos es también la hora de la poesía.



1982




from Selected essays. Vintage, New York, 2001.


[1] El libro que tengo yo, y en donde están las versiones de estos poemas, se llama Pruebas al canto, Ed. Nueva imagen, México, 1980. En orden de aparición transcribo los títulos de los poemas según aparecen en esta edición: Dos más dos; Testamento; Esperanza; Pruebas al canto. Nota del T. 

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