21.8.12

Li-Young Lee - La hora y lo que está muerto




LA HORA Y LO QUE ESTÁ MUERTO      

Esta noche mi hermano camina con las botas pesadas
a través de cuartos vacíos encima de mi cabeza,
abriendo y cerrando puertas.
¿Qué podría estar buscando en una casa vacía?
¿Qué podría necesitar allá en el cielo?
¿Recuerda su tierra, su lugar de nacimiento iluminado por velas?
Su amor por mí se siente como agua volcada
regresando a la vasija.

A esta hora, lo que está muerto se inquieta
y lo que vive arde.

Que alguien le diga que debería irse a dormir ya.

Mi padre deja una luz prendida al lado de nuestra cama
y nos prepara para nuestro viaje.
Cose diez agujeros en las rodillas
de cinco pares de pantalones para chicos.
Su amor por mí es como una costura:
varios colores y demasiado hilo,
las puntadas irregulares. Pero la aguja atraviesa
limpiamente a cada golpe de su mano.

A esta hora, lo que está muerto está intranquilo
y lo que vive es fugitivo.

Que alguien le diga que debería irse a dormir ya.

Dios, esa vieja caldera, sigue hablando
con su boca de dientes,
la barba manchada por los festines y su aliento
a nafta, aviones, a ceniza humana.
Su amor por mí se siente como un fuego,
se siente como palomas, se siente como agua de río.

A esta hora, lo que está muerto está desamparado, amable
y desamparado. Mientras el Señor viva.

Que alguien le diga al Señor que me deje en paz.
Ya tuve suficiente de su amor
que se siente como un ardor y un vuelo y escaparse.




Nota del T.: Leo este poema y recuerdo algo que ocurrió varios años atrás. Fue cuando mi abuela estaba viviendo en casa mientras se recuperaba de una fractura de cadera. Durante esos meses, antes de irme al colegio, sin importar el sueño que tuviera, me detenía unos segundos para verla dormir con la boca entreabierta, un brazo apoyado sobre el otro que sobresalía de la cama, la palma de la mano abierta como si acabara de soltar algo delicadamente.

Una tarde, entonces, volví a casa y le propuse leerle algún cuento para pasar el rato. Giró la cabeza, me miró desde una edad muy lejana y me dijo: "Claro, m'hijo, sí, a ver", mientras me acariciaba la cabeza, distraída, lentamente. Siento que la estoy viendo: la cara huesuda y su piel suavísima, el pelo revuelto por la almohada, chica como yo en mi cama, y cansada, cansada. Entonces empecé a leerle un cuento de Isaac Asimov, aunque no sé si se lo leí entero. El cuento en cuestión era "Anochecer": trata de un planeta en el que por primera vez en milenios, los astros van a alinearse de manera tal que ninguno de los tres soles que lo orbitan lo ilumine. Por milenios y milenios, siempre uno de los soles, aunque fuera con una luz oblicua e irreal, daba con este planeta. Miro a mi abuela un segundo y pienso que entorno a la oscuridad, en aquel planeta, sólo hay mitos, no saben lo que es que la noche llegue.

A lo mejor la idea para estas notas me la dio mi abuela aquella vez cuando terminé de leerle el cuento. Estaba con la mirada fija en el cielorraso, perdida en lo que oía, tomando con sus manos las frazadas, tapándose y destapándose. Entonces le pregunté qué le había parecido y me dijo algo muy vago. Y, como una profesora mala, le insistí y le dije que me contara de qué se trataba el cuento (no puedo dejar de sentir algo de vergüenza al recordar esto). Clavando sus ojos nuevamente  en el cielorraso y pasándose cada tanto un pañuelo por la comisura de la boca, habló de embarcaciones inmensas, habló de una tormenta, que creía que había una tormenta pero que no estaba segura y de dos hombres, de eso sí se acordaba, que no se los veía bien por los camperones impermeables, que trataban de hablarse a los gritos sin entenderse demasiado, se hacían señas, indicaciones, el ruido debía ser imposible, y luego me dijo que se veía a la embarcación hacerse más chica y más chica en medio de la tormenta, o del silencio, o de la niebla.

Algo del desvío de las lecturas, de oír un poco lo que uno quiere, de conectar cosas muy separadas, está de fondo en estas notas.



Nota y versión: Tom Maver


ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººº


THE HOUR AND WHAT IS DEAD

Tonight my brother, in heavy boots, is walking
through bare rooms over my head,
opening and closing doors.
What could he be looking for in an empty house?
What could he possibly need there in heaven?
Does he remember his earth, his birthplace set to torches?
His love for me feels like spilled water
running back to its vessel.

At this hour, what is dead is restless
and what is living is burning.

Someone tell him he should sleep now.

My father keeps a light on by our bed
and readies for our journey.
He mends ten holes in the knees
of five pairs of boy's pants.
His love for me is like sewing:
various colors and too much thread,
the stitching uneven. But the needle pierces
clean through with each stroke of his hand.

At this hour, what is dead is worried
and what is living is fugitive.

Someone tell him he should sleep now.

God, that old furnace, keeps talking
with his mouth of teeth,
a beard stained at feasts, and his breath
of gasoline, airplane, human ash.
His love for me feels like fire,
feels like doves, feels like river-water.

At this hour, what is dead is helpless, kind
and helpless. While the Lord lives.

Someone tell the Lord to leave me alone.
I've had enough of his love
that feels like burning and flight and running away.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...