Miércoles 28 de noviembre de 1928
En
cuanto a mi próximo libro, no quiero escribir sino hasta sentirlo inminente en
mí: bien crecido en mi mente como una pera madura; colgando, pesada, pidiendo
ser cortada antes de que caiga. Las
polillas[1]
todavía me persigue, viniendo, como suele suceder, sin invitación, entre el té
y la cena, mientras L. pone el gramófono. Yo borroneo una o dos páginas; y me
obligo a parar. Efectivamente estoy teniendo algunos problemas. Para empezar,
la fama. Con Orlando[2] me
fue muy bien. Ahora podría seguir escribiendo así. La gente dijo que era
espontánea, tan natural. Y yo querría mantener esas cualidades si pudiera no
perder las otras. Pero esas cualidades fueron en gran medida el resultado de
ignorar las otras. Vinieron de escribir exteriormente; y si excavo, ¿no debería
perderlas? ¿Y cuál es mi propia posición en cuanto a lo de adentro y lo de
afuera? Pienso que una especie de tranquilidad y prisa están bien; -sí: pienso
que incluso la exterioridad está bien; alguna combinación con ellas debería ser
posible. Tengo la idea de que lo que quiero ahora es saturar cada átomo. Es
decir, eliminar todo desperdicio, todo lo muerto y superfluo: darle todo el
espacio al momento: incluya lo que incluya. Digamos que el momento es una
combinación de pensamiento; sensación; la voz del mar. Desperdicio, muerte,
vienen de la inclusión de cosas que no pertenecen al momento; el horrorífico
negocio narrativo del realista: seguir desde el almuerzo hasta la cena: esto es
falso, irreal, meramente convencional. ¿Por qué introducir algo en la
literatura que no sea poesía – a lo que me refiero cuando hablo de lo saturar? ¿No es ése mi rencor contra los novelistas,
que no seleccionan nada? Los poetas tienen éxito porque simplifican: casi todo
es dejado afuera. Yo quiero poner prácticamente todo adentro: y saturar. Eso es
lo que quiero hacer con Las polillas.
Debo incluir el sinsentido, los hechos, la sordidez: pero vueltos
transparentes. Creo que debo leer a Ibsen y a Shakespeare y a Racine. Y voy a
escribir algo acerca de ellos; ese es el mejor incentivo, siendo mi mente lo
que es; así leo con furia y exactitud; de otro modo salteo y salteo; soy una
lectora vaga. Aunque no: me sorprende y un poco me inquieta la implacable
severidad de mi mente: que nunca pare de leer y de escribir; me hace escribir
acerca de Geraldine Jewbury, acerca de Hardy, acerca de las mujeres – es
demasiado profesional, ya poco y nada le queda de soñadora amateur.
Viernes 4 de enero de 1929
¿Es
la vida muy sólida o muy cambiante ahora? Estoy perseguida por las dos
contradicciones. Esto ha sido así desde siempre; va a durar para siempre; va
hacia el fondo del mundo – este momento en que estoy parada. También es
transitorio, evanescente, diáfano. Voy a cambiar como una nube sobre olas. Quizá
ocurra que aunque cambiemos, uno después de otro, tan rápido, tan rápido, seamos
sin embargo sucesivos y continuos de algún modo, nosotros los humanos, y mostremos
la luz a través nuestro. Pero, ¿qué es la luz? Estoy impresionada por la
transitoriedad de la vida humana hasta tal punto que suelo encontrarme
despidiéndome – después de cenar con Roger por ejemplo; o considerando cuántas
veces más veré a Nessa[3].
Lunes 17 de marzo de 1930
La
prueba de un libro (para un escritor) es que pueda hacer un espacio en el cual,
de modo más o menos natural, puedas decir lo que querés decir. Como esta mañana
pude decir lo que Rhoda[4]
dijo. Esto prueba que el libro en sí mismo está vivo: porque no ha chocado
contra eso que yo quería decir sino que me dejó deslizarlo sin ninguna
compresión o alteración.
Sábado 17 de marzo de 1931
En los pocos minutos que quedan, debo
dejar anotado acá, alabado sea el cielo, que llegué al final de Las olas. Escribí las palabras O Muerte
hace quince minutos, habiéndome tambaleado durante las últimas diez páginas,
con algunos momentos de tanta intensidad y embriaguez que parecía tropezarme de
sólo seguir mi propia voz o, al menos, alguna suerte de hablante (como cuando
estaba loca), lo que me asustaba un poco, recordando las voces que solían volar
delante mío. De todas maneras, ya está hecho; y estuve sentada acá estos quince
minutos en un estado de gloria, y calma, y con algunas lágrimas, pensando en
Thoby y en si puedo escribir Julian Thoby Stephen 1881-1906[5]
en la primera página. Supongo que no. ¡Cuán física es la sensación de triunfo y
alivio! Buena o mala, está escrita; y, como efectivamente sentí al final, no
está meramente terminada sino pulida en las puntas, completada, la cosa
planteada – sé cuán rápida, cuán fragmentariamente; pero me refiero a que
pesqué esa aleta del agua cenagosa que vi aparecer sobre los pantanos afuera de
mi ventana en Rodmell cuando estaba llegando al final de Al faro[6].
Lo que me interesa de la última etapa es la libertad y la audacia con la
que mi imaginación tomó, usó y dio vuelta todas las imágenes y símbolos que yo
había preparado. Estoy segura de que ésta es la mejor manera de usarlos – no partes
conformadas, como intenté al principio, sino sólo como imágenes, nunca
queriendo hacerlas funcionar; sólo sugerir. Así espero haber mantenido el ruido
del mar y de los pájaros, el amanecer y el jardín subconscientemente presentes,
haciendo su trabajo subterráneo.
Versión de Tom Maver
de
A writer’s diary, edited by Leonar
Woolf, Triad Panther, 1979.
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