Como todo lo demás en su vida, él me veía sólo a través de la niebla de su soledad, como si estuviera a muchas capas de sí mismo. El mundo era un lugar lejano para él, creo, un lugar al que nunca fue capaz de entrar, y ahí afuera, en la distancia, entre las sombras que revoloteaban cerca suyo, yo nací, me convertí en su hijo y crecí como si fuera sólo otra sombra más, apareciendo y despareciendo en el reino a media luz de su conciencia.
ººº
Invisible para los demás y probablemente invisible para sí
mismo también. Si cuando estuvo vivo lo busqué, queriendo encontrar al padre
que no estaba ahí, ahora que está muerto todavía siento que tuviera que seguir
buscándolo. La muerte no cambió nada. La única diferencia es que me quedé sin
tiempo.
ººº
Se levantaba temprano en la
mañana, volvía tarde a casa a la noche, y en el medio: trabajo, nada más que trabajo.
Trabajo era el nombre del país donde vivía, y él era uno de sus más grandes
patriotas. Eso no quiere decir, sin embargo, que el trabajo le significara algo
placentero. Trabajaba mucho porque quería ganar la mayor cantidad de dinero
posible. El trabajo era un medio para un fin: un medio para el dinero. Pero ese
fin no era uno que pudiera darle placer tampoco. Como el joven Marx escribió:
“Si el dinero es el vínculo que me
vincula con la vida humana,
vinculando la sociedad conmigo, vinculándome con la naturaleza y el hombre, ¿no
es el dinero el vínculo de los vínculos?
¿No puede disolver y unir todos los nudos? ¿No es, entonces, el universal agente de separación?”
A pesar de las excusas que me inventé, comprendo qué está
pasando. A medida que me acerco al fin de lo que soy capaz de decir, tanto más
reacio soy para decir cualquier cosa. Quiero posponer el momento de terminar y
de esta manera me engaño para pensar que recién empiezo, que todavía me falta
para llegar a la mejor parte de mi historia. No importa cuán inútiles parezcan
estas palabras, de todas maneras ellas estuvieron entre un silencio que sigue
aterrándome y yo. Cuando pise este silencio, va a querer decir que mi padre
desapareció para siempre.
Tres días antes de que muriera, mi padre trajo un auto nuevo.
Lo manejó una vez, a lo mejor dos, y cuando yo volví a su casa después del
funeral lo vi ahí, en el garage, ya difunto como una criatura gigante por
nacer. Más tarde, ese mismo día, me fui al garage un momento para estar solo.
Me senté detrás del volante de ese auto, respirando el extraño olor a nuevo que
tenía. El cuentakilómetros decía sesenta y siete kilómetros. Esa resultó ser la
edad de mi padre: sesenta y siete años. La brevedad de eso me enfermó. Como si
esa fuera la distancia entre la vida y la muerte. Un ínfimo viaje, apenas más
largo que manejar hasta el próximo pueblo.
Versiones de Tom Maver
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Like
everything else in his life, he saw me only through the mists of his solitude,
as it at several removes from himself. The world was a distant place for him, I
think, a place he was never truly able to enter, and out there in the distance,
among the shadows that flitted past him, I was born, became his son, and grew
up, as if I were just one more shadow, appearing and disappearing in a half-lit
realm of his consciousness.
ººº
Invisible
to others, and most likely invisible to himself as well. If, while he was
alive, I kept looking for him, kept trying to find the father who was not
there, now that he is dead I still feel as though I must go on looking for him.
Death has not changed anything. The only difference is that I have run out of
time.
ººº
Up early every
morning, home late at night, and in between, work, nothing but work. Work was
the name of the country he lived in, and he was one of its greatest patriots.
That is not to say, however, that work was pleasure for him. He worked hard
because we wanted to earn as much money as possible. Work was a means to an
end-a means to money. But the end was not something that could bring him
pleasure either. As the young Marx wrote: “If money is the bond binding me to human
life, binding society to me, binding me and nature and man, is not money
the bond of all bonds? Can it not
dissolve and bind all ties? Is it not, therefore, the universal agent of separation?”
ººº
In spite of
the excuses I have made for myself, I understand what is happening. The closer
I come to the end of what I am able to say, the more reluctant I am to say
anything. I want to postpone the moment of ending, and in this way delude
myself into thinking that I have only just begun, that the better part of my
story still lies ahead. No matter how useless these words might seem to be,
they have nevertheless stood between me and a silence that continues to terrify
me. When I step into this silence, it will mean that my father has vanished
forever.
ººº
Three days
before he died, my father had brought a new car. He had driven it once, maybe
twice, and when I returned to his house after the funeral, I saw it sitting in
the garage, already defunct, like some huge, stillborn creature. Later that
same day I went off to the garage for a moment to be by myself. I sat down
behind the wheel of this car, inhaling the strange factory newness of it. The
odometer read sixty-seven miles. That also happened to have been my father’s
age: sixty-seven years. The brevity of it sickened me. As if that were the
distance between life and death. A tiny trip, hardly longer than a drive to the
next town.
The invention of solitude, Faber & Faber, USA, 1988