27.1.13

Diane di Prima - Memorias de una beatnik



[Fragmento de Memorias de una beatnik, de Diane di Prima]


Después de un rato, Luke se despertó y le di un poco de café sin decirle nada, sin saber dónde estaba o si quería hablar, y lo tomó mirándome por sobre la taza mientras yo leía sentada, o pretendía leer, hasta que oí su ronco, casi suplicante: “Vení acá”, y fui hasta él de inmediato, arrodillándome junto a su silla, mi cabeza en su regazo, mientras él acariciaba mi pelo sin decir nada, y al fin giré mi cabeza y desaté su ridícula toalla pequeña y encontré su pija con mis labios. Y lenta, lentamente, con la larga y amable ayuda de mi boca y mi lengua creció y se endureció, y en la lenta y cálida noche de verano con todos los ruidos de los patios de agosto y las explosiones de las calles de agosto, le hice el amor a esa ancha y fuerte pija sin circuncidar, hice el amor de verdad, le di vida al amor, lo persuadí para que fuera pleno y sensible con mi boca – yo era lo suficientemente joven y tenía suficiente magia para hacer eso. Enamorada, HICE el amor y el amor floreció como una aureola alrededor nuestro y mi boca se movió lentamente, sin parar y sin cansarse, resbalando y zambulléndose en ese ancho y grueso miembro hasta que empezó a sacudirse y a presionar mi paladar como un salvaje pájaro impaciente por ser libre y me moví más y más rápido y un gran suspiro que era el mismo aliento de la vida salió de Luke, y yo bebí su semilla, tragué con placer su amarga semilla de cristal a grandes tragos, como para que nos quedáramos juntos al final y para siempre y para que ningún cambio, nada ni nadie pudiera separarnos otra vez. Yo tenía las manos en su delgada cintura cuando acabó y pude sentir su espalda arquearse, la electricidad en su carne, mi cabeza apretada por sus largos muslos fuertes de pelos dorados, podía escuchar su sangre –o la mía- explotando en mis orejas, y supe que esta semilla que tragaba era el sacramento – la sagrada e infinita esencia que movía las estrellas.


°°

Nota del T.:  Viajar me cansa. El invierno me rodea. En los momentos de menos movimiento escribo cartas largas, como si me masajeara el cuerpo entrando en calor, imaginando que no son mías estas manos, estas yemas con las que tecleo y tecleo. Escribo pensando en ella, a veces dirigiéndome a ella directamente, otras ensimismándome como si fuera posible hundirme en mí mismo hasta tocarla. Estoy con ella mientras le escribo. No la puedo tocar, no me puede tocar, pero estamos bajo el influjo del otro por un tiempo indefinido.

Luego sigo viaje por las tierras del frío, internándome más y más. En los trenes leo las memorias de Diane di Prima. Recuerdo los poemas traducidos por Sandra Toro, los primeros que leí de la poeta beatnik. Y cuando vuelvo a encontrar un tiempo, me electrizo al traducir parte de este librito de memorias, por esa unión de memoria y cuerpo, de olores cambiantes que guían al deseo que se pierde en el contacto y se aferra a una interacción amorosa apegada a los cambios, respirando y ahogándose con cada amante que habita estos recuerdos.

Pienso en esa circulación que tiene que ver con poner bien cerca lenguaje y memoria, y dejar que se froten, que deseo y cuerpo que recuerda y escribe en soledad, erizado, se confundan. Cariño y sexo son una mezcla que dan señales de vida como esos mamíferos marinos que salen del mar a respirar un segundo y vuelven a hundirse. Más que de sexo, estas memorias tratan del afecto sexual.

Miro por la ventana la blancura con que la nieve cubre el paisaje. Me vienen poemas de Loba a la cabeza. Entrecierro los ojos, me pongo los auriculares. Viajar me cansa. Y es entonces que empiezo a escribirle una carta más en mi cabeza encendida de blanco. Me apoyo contra la ventana y dejo que corran las imágenes, apenas las miro. Pienso en ella, mi cuerpo responde, me acomodo en el asiento. Antes de dormirme anoto unas frases en mi cuaderno. Cierro los ojos. Escribo para despertar en sus brazos.




Versión y nota: Tom Maver

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[from Memoirs of a beatnik]

After a while Luke stirred, and I gave him some coffee without saying anything, not knowing where he was at, or if he wanted to talk, and he drank it, watching me over the cup while I sat reading, or pretending to read, till I heard his gruff, half-pleading “Come here”, and went to him immediately, kneeling by his chair, my head in his lap, while he stroked my hair, wordless, and I finally turned my head and untied his silly little towel and found his cock with my lips. And slowly, slowly, under the long, gentle ministrations of my mouth and the tongue it grew hard, and in the slow, hot, summer night with all the noises of August backyards and August streets exploding around us, I made love to that thick, strong, uncircumcised cock, made love indeed, called love into being, coaxed it into fullness, and feeling with my mouth – I was young enough and had magic enough to do that. In love, I MADE love, and love flowered like a aureole around us both, and my mouth moved slowly, endlessly, tirelessly, slipping and plunging on that thick, full member, till it began to buck and press against my palate like some wild and eager bird seeking freedom, and I moved faster and faster, and a great sigh that was the lifebreath itself escaped from Luke, and I drank in his seed, drank in his bitter, crystal seed in great eager gulps, as if to bring us together finally and for all time, so that no change, nothing and no one, could put us apart again. My hands were on his fine, thin waist as he came, I could feel his back arch, the electricity in his flesh, and my head between his strong, golden-haired thighs was clasped tightly, I could hear his blood –or my own- exploding in my ears, and knew this seed I swallowed for the sacrament – the holy and illimitable essence that drove the stars.





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