[Fragmento de Memorias de una beatnik, de Diane di Prima]
Después de un rato, Luke se despertó y le di un poco de café
sin decirle nada, sin saber dónde estaba
o si quería hablar, y lo tomó mirándome por sobre la taza mientras yo leía
sentada, o pretendía leer, hasta que oí su ronco, casi suplicante: “Vení acá”,
y fui hasta él de inmediato, arrodillándome junto a su silla, mi cabeza en su
regazo, mientras él acariciaba mi pelo sin decir nada, y al fin giré mi cabeza
y desaté su ridícula toalla pequeña y encontré su pija con mis labios. Y lenta,
lentamente, con la larga y amable ayuda de mi boca y mi lengua creció y se
endureció, y en la lenta y cálida noche de verano con todos los ruidos de los
patios de agosto y las explosiones de las calles de agosto, le hice el amor a
esa ancha y fuerte pija sin circuncidar, hice el amor de verdad, le di vida al
amor, lo persuadí para que fuera pleno y sensible con mi boca – yo era lo
suficientemente joven y tenía suficiente magia para hacer eso. Enamorada, HICE
el amor y el amor floreció como una aureola alrededor nuestro y mi boca se movió
lentamente, sin parar y sin cansarse, resbalando y zambulléndose en ese ancho y
grueso miembro hasta que empezó a sacudirse y a presionar mi paladar como un
salvaje pájaro impaciente por ser libre y me moví más y más rápido y un gran
suspiro que era el mismo aliento de la vida salió de Luke, y yo bebí su
semilla, tragué con placer su amarga semilla de cristal a grandes tragos, como
para que nos quedáramos juntos al final y para siempre y para que ningún
cambio, nada ni nadie pudiera separarnos otra vez. Yo tenía las manos en su
delgada cintura cuando acabó y pude sentir su espalda arquearse, la
electricidad en su carne, mi cabeza apretada por sus largos muslos fuertes de
pelos dorados, podía escuchar su sangre –o la mía- explotando en mis orejas, y
supe que esta semilla que tragaba era el sacramento – la sagrada e infinita
esencia que movía las estrellas.
°°
Nota del T.: Viajar me cansa. El invierno me rodea. En los momentos de
menos movimiento escribo cartas largas, como si me masajeara el cuerpo entrando
en calor, imaginando que no son mías estas manos, estas yemas con las que
tecleo y tecleo. Escribo pensando en ella, a veces dirigiéndome a ella
directamente, otras ensimismándome como si fuera posible hundirme en mí mismo
hasta tocarla. Estoy con ella mientras le escribo. No la puedo tocar, no me
puede tocar, pero estamos bajo el influjo del otro por un tiempo indefinido.
Luego sigo viaje por las tierras del frío, internándome más
y más. En los trenes leo las memorias de Diane di Prima. Recuerdo los poemas traducidos por Sandra Toro, los primeros que leí
de la poeta beatnik. Y cuando vuelvo a encontrar un tiempo, me electrizo al
traducir parte de este librito de memorias, por esa unión de memoria y cuerpo,
de olores cambiantes que guían al deseo que se pierde en el contacto y se
aferra a una interacción amorosa apegada a los cambios, respirando y ahogándose
con cada amante que habita estos recuerdos.
Pienso en esa circulación que tiene que ver con poner bien
cerca lenguaje y memoria, y dejar que se froten, que deseo y cuerpo que
recuerda y escribe en soledad, erizado, se confundan. Cariño y sexo son una
mezcla que dan señales de vida como esos mamíferos marinos que salen del mar a
respirar un segundo y vuelven a hundirse. Más que de sexo, estas memorias
tratan del afecto sexual.
Miro por la ventana la blancura con que la nieve cubre el
paisaje. Me vienen poemas de Loba a
la cabeza. Entrecierro los ojos, me pongo los auriculares. Viajar me cansa. Y
es entonces que empiezo a escribirle una carta más en mi cabeza encendida de blanco. Me apoyo
contra la ventana y dejo que corran las imágenes, apenas las miro. Pienso en
ella, mi cuerpo responde, me acomodo en el asiento. Antes de dormirme anoto
unas frases en mi cuaderno. Cierro los ojos. Escribo para despertar en sus
brazos.
Versión y nota: Tom Maver
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[from Memoirs of a beatnik]
After a while
Luke stirred, and I gave him some coffee without saying anything, not knowing
where he was at, or if he wanted to talk, and he drank it, watching me over the
cup while I sat reading, or pretending to read, till I heard his gruff,
half-pleading “Come here”, and went to him immediately, kneeling by his chair,
my head in his lap, while he stroked my hair, wordless, and I finally turned my
head and untied his silly little towel and found his cock with my lips. And
slowly, slowly, under the long, gentle ministrations of my mouth and the tongue
it grew hard, and in the slow, hot, summer night with all the noises of August
backyards and August streets exploding around us, I made love to that thick,
strong, uncircumcised cock, made love indeed, called love into being, coaxed it
into fullness, and feeling with my mouth – I was young enough and had magic enough
to do that. In love, I MADE love, and love flowered like a aureole around us
both, and my mouth moved slowly, endlessly, tirelessly, slipping and plunging
on that thick, full member, till it began to buck and press against my palate
like some wild and eager bird seeking freedom, and I moved faster and faster,
and a great sigh that was the lifebreath itself escaped from Luke, and I drank
in his seed, drank in his bitter, crystal seed in great eager gulps, as if to
bring us together finally and for all time, so that no change, nothing and no
one, could put us apart again. My hands were on his fine, thin waist as he
came, I could feel his back arch, the electricity in his flesh, and my head
between his strong, golden-haired thighs was clasped tightly, I could hear his
blood –or my own- exploding in my ears, and knew this seed I swallowed for the
sacrament – the holy and illimitable essence that drove the stars.