(Alabama, EEUU, 1946 - )
Poema para
mis hijos
Cuando
ustedes nacieron, todos los poetas que conocía
eran
hombres, padres elocuentes respecto del sueño
y del
futuro de sus bebés: Coleridge a la medianoche,
la oración
de Yeats para que su hija careciera de opiniones,
su hijo
fuera grande y poderoso, pensara y actuara.
Ustedes
leyeron la elocuencia en voz alta del nuevo padre,
feroces
chispas escritas en una casa en silencio
que respira
con el sueño exhausto de la madre.
Cuando vos
naciste, mi primero, lo que pensé fue
en leche: mis
pechos adoloridos, hinchados, pero no lo suficiente
para cuando
despertabas. Con vos, mi pequeño, no
pensé: sin
levantar mi cabeza por tres días, insensibilizada
desde la
cintura para abajo por la anestesia, toda la zona
pélvica adormecida
y sin poder caminar tampoco.
Su padre era entonces
el poeta
que yo había dejado de ser cuando me casé.
Me llevó
años escribirles esto a ustedes.
Yo tenía
que construir un futuro, obstinada, voluble,
lasciva,
una pensadora, gran caminadora,
trasgresora
imparable, furiosa, gritando,
voluptuosa,
una amante, con olor a sangre,
a leche,
una mujer malvada como puede serlo algunas noches,
una
existencia a la que podría rezarle, capaz de
poesía.
Ahora estamos acá. Ustedes son
hombres
y yo no soy la mujer que los meció
en el dulce tufo de la penicilina, de la leche amarga,
la chica que no podía imaginarse ni a sí misma
ni otro futuro que un cuarto de paredes cálidas,
que no tenía más palabras que las esperadas
y así, esas noches, no podía pedir nada por ustedes.
Pero ahora yo hablé, yo misma, y puedo pedir
para ustedes: Que conozcan el mal cuando lo huelan;
que conozcan el bien y lo hagan, y verán cómo ambos
corren sueltos por medio de sus vidas; que luego recuerden
que ustedes vienen de la tierra y la historia; que elijan
la memoria, no la anestesia; que tengan un trabajo
que amen, sin molestar a nadie, un camino que atraviese
los límites marcados donde cuestionar el poder;
que sus amores coincidan pensamiento a pensamiento
en el largo ardor de la sangre y del hecho del hueso.
Palabras no tan románticas ni tan grandilocuentemente
lanzadas
como si hubiera llamado al universo para que estuviera
a su disposición.
Sólo puedo rezar:
Que nunca pidan que el clima, la tierra,
los ángeles, las mujeres u otras vidas los obedezcan.
Que me recuerden a mí, que los crucé y volví
a cruzar,
como a
una mujer que va despacio hacia
un lugar desconocido donde ustedes podrían estar conmigo,
como a una mujer a pie, en una larga travesía.
Versión de Tom Maver
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Poem for my
sons
When you
were born, all the poets I knew
were men,
dads eloquent on their sleeping
babes and
the future: Coleridge at midnight,
Yeats'
prayer that his daughter lack opinions,
his son be
high and mighty, think, and act.
You've read
the new father's loud eloquence,
fiery
sparks written in a silent house
breathing
with the mother's exhausted sleep.
When you
were born, my first, what I thought was
milk: my
breasts sore, engorged, but not enough
when you
woke. With you, my youngest, I did not
think: my
head unraised for three days, mind-dead
from
waist-down anesthetic labor, saddle
block, no
walking either.
Your father
was then
the poet
I'd ceased to be when I got married.
It's taken
me years to write this to you.
I had to
make a future, willful, voluble,
lascivious,
a thinker, a long walker,
unstruck
transgressor, furious, shouting,
voluptuous,
a lover, a smeller of blood,
milk, a
woman mean as she can be some nights,
existence I
could pray to, capable of
poetry.
Now here we are. You are men,
and I am
not the woman who rocked you
in the
sweet reek of penicillin, sour milk,
the girl
who could not imagine herself
or a future
more than a warm walled room,
had no
words but the pap of the expected,
and so,
those nights, could not wish for you.
But now I
have spoken, my self, I can ask
for you:
that you'll know evil when you smell it;
that you'll
know good and do it, and see how both
run loose
through your lives; that then you'll remember
you come
from dirt and history; that you'll choose
memory, not
anesthesia; that you'll have work
you love,
hindering no one, a path crossing
at boundary
markers where you question power;
that your
loves wll match you thought for thought
in the long
heat of blood and fact of bone.
Words not
so romantic nor so grandly tossed
as if I'd
summoned the universe to be
at your
disposal.
I can only pray:
That you'll
never ask for the weather, earth,
angels,
women, or other lives to obey you;
that you'll
remember me, who crossed, recrossed
you,
as a woman making slowly toward
an unknown
place where you could be with me,
like a
woman on foot, in a long stepping out.
from The dirt she ate, Selected and new poems, University of Pittsburg
Press , Pittsburg ,
2003.