(Massachusetts, EEUU, 1803 - Massachusetts, EEUU, 1882)
Capítulo I
de Naturaleza (1836)
Naturaleza
Para estar en soledad, un hombre debe apartarse
tanto de su habitación como de la sociedad. Yo no estoy solo mientras leo y
escribo, por más que no haya nadie conmigo. Pero si un hombre quiere estar
solo, que mire las estrellas. Los rayos que vienen de esos mundos celestiales
van a separarlo de lo que toca. Uno podría pensar que la atmósfera se volvió
transparente con este propósito: el de darle al hombre, en los cuerpos
celestiales, la perpetua presencia de lo sublime. Vistas en las calles de las
ciudades, ¡qué grandes son! Si las estrellas aparecieran una noche dentro de
mil años, ¡de qué manera los hombres creerían, adorarían y preservarían por
muchas generaciones el recuerdo de la ciudad de Dios que se les mostró! Pero
cada noche salen estas enviadas de la belleza e iluminan el universo con su
sonrisa de amonestación.
Las estrellas despiertan cierta reverencia
porque, por más que estén siempre presentes, son inaccesibles; pero todos los
objetos naturales dan una impresión parecida siempre que la mente esté abierta
a su influencia. La naturaleza nunca se presenta bajo una apariencia mezquina.
Ni tampoco el sabio violenta su secreto, perdiendo curiosidad al encontrar toda
su perfección. La naturaleza nunca es un juguete para el espíritu sabio. Las
flores, los animales, las montañas, reflejan la sabiduría de su mejor hora
tanto como deleitaron la simplicidad de su infancia.
Cuando hablamos de la naturaleza de esta
manera, tenemos un definido y sin embargo poético sentido en mente. Nos
referimos a la integridad de las impresiones que tenemos a partir de múltiples
objetos naturales. Es esto lo que diferencia el pedazo de madera del leñador,
del árbol del poeta. El encantador paisaje que vi esta mañana está
indudablemente hecho de veinte o treinta granjas. Miller es dueño de este
campo, Locke de aquél y Manning del de más allá. Pero ninguno de ellos es dueño
del paisaje. Hay una propiedad en el horizonte que ningún hombre posee sino
aquél cuyos ojos pueden integrar todas las partes, es decir, el poeta. Ésta es
la mejor parte de las granjas de estos hombres, cuyos títulos de propiedad sin
embargo no les dan ningún título.
En verdad, pocos adultos pueden ver la
naturaleza. La mayoría de las personas no ven el sol. Como poco, tienen un modo
de ver muy superficial. El sol ilumina sólo el ojo del hombre pero brilla
dentro del ojo y del corazón del niño. El amante de la naturaleza es aquél
cuyos internos y externos sentidos están todavía verdaderamente conectados uno
con el otro; aquél que retuvo el espíritu de la infancia incluso en la adultez.
Su relación con el cielo y la tierra se vuelven parte de su alimento diario. En
presencia de la naturaleza, un salvaje placer corre dentro del hombre, a pesar
de la pena real. La naturaleza dice: Él es mi criatura, y más allá de todas sus
impertinentes penas, estará contento conmigo. No sólo el sol o el verano sino
todas las horas y estaciones rinden su tributo al placer porque cada hora y
cambio corresponde y autoriza a un diferente estado mental, desde un mediodía
que te deja sin aliento hasta una lúgubre medianoche. La naturaleza es un marco
que encaja igual de bien en una pieza cómica o triste. Con buena salud, el aire
es un licor de increíbles virtudes. Cruzando un espacio abierto, en charcos de
nieve, al atardecer, debajo de un cielo nublado, sin tener en mis pensamientos
ninguna ocurrencia particularmente afortunada, he disfrutado de una perfecta
euforia. Me pongo contento hasta el borde del miedo. En los bosques también un
hombre se saca años de encima, como la serpiente su piel, y en ese momento
cualquiera de su vida, es un niño siempre. En los bosques, es perpetuamente
joven. Dentro de estas plantaciones de Dios, reinan un decoro y una santidad,
un festival perenne se prepara y el invitado no ve cómo podría hartarse de esto
ni en miles de años. En los bosques volvemos a la razón y a la fe. Ahí siento
que nada puede sucederle a mi vida—ninguna desgracia, ninguna calamidad
(dejando de lado mis ojos) que la naturaleza no pueda reparar. Parado en la
tierra desnuda, -- mi cabeza bañada por
el aire despreocupado y levantada hacia el espacio infinito -- todo egoísmo
mezquino desaparece. Me convierto en un ojo, un transparente globo ocular; no
soy nada; lo veo todo; las corrientes del Ser Universal circulan en mí, soy
parte o partícula de Dios. El nombre del amigo más cercano suena muy extraño y
accidental: ser hermanos, ser conocidos, -- amo o esclavo, es entonces algo
insignificante y que me altera. Soy el amante de desbordante e inmortal
belleza. En la selva encuentro algo más querido y natural que en las calles o
pueblos. En el paisaje tranquilo, y especialmente en la distante línea del
horizonte, el hombre ve algo tan bello como su propia naturaleza.
El mayor placer que los campos y los bosques
proveen, es la sugerencia de una oculta relación entre el hombre y las plantas.
No estoy solo y soy reconocido. Me ven y asienten con la cabeza y yo hago lo
mismo. El movimiento de las ramas en la tormenta es nuevo y antiguo para mí. Me
toma por sorpresa y sin embargo no me es desconocido. Su efecto es como el de
un pensamiento sublime o el de una intensa emoción que me llega cuando
consideraba que estaba pensando y siendo justo o haciendo bien.
Pero es cierto que el poder de producir este
placer no reside en la naturaleza sino en el hombre, o en la armonía de ambos.
Es necesario usar estos placeres con gran moderación. Porque la naturaleza no
siempre está vestida de fiesta, y la misma escena que ayer transpiraba perfume
y relucía como el jugueteo de las ninfas, hoy está bañado de melancolía. La
naturaleza siempre viste los colores del espíritu. Para un hombre que trabaja
en medio de la calamidad encuentra en el ardor de su propio fuego tristeza.
Así, hay una clase de desdén del paisaje que siente aquél que perdió a un
amigo. El cielo es menos grande a medida que se cierra sobre una población que
lo considera de poco valor.
Veresión de Tom Maver
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Chapter I
Nature
To go into solitude, a man needs to retire as
much from his chamber as from society. I am not solitary whilst I read and
write, though nobody is with me. But if a man would be alone, let him look at
the stars. The rays that come from those heavenly worlds, will separate between
him and what he touches. One might think the atmosphere was made transparent
with this design, to give man, in the heavenly bodies, the perpetual presence
of the sublime. Seen in the streets of cities, how great they are! If the stars
should appear one night in a thousand years, how would men believe and adore;
and preserve for many generations the remembrance of the city of God which had been shown!
But every night come out these envoys of beauty, and light the universe with
their admonishing smile.
The stars awaken a certain reverence, because
though always present, they are inaccessible; but all natural objects make a
kindred impression, when the mind is open to their influence. Nature never
wears a mean appearance. Neither does the wisest man extort her secret, and
lose his curiosity by finding out all her perfection. Nature never became a toy
to a wise spirit. The flowers, the animals, the mountains, reflected the wisdom
of his best hour, as much as they had delighted the simplicity of his
childhood.
When we speak of nature in this manner, we have
a distinct but most poetical sense in the mind. We mean the integrity of
impression made by manifold natural objects. It is this which distinguishes the
stick of timber of the wood-cutter, from the tree of the poet. The charming landscape
which I saw this morning, is indubitably made up of some twenty or thirty
farms. Miller owns this field, Locke that, and Manning the woodland beyond. But
none of them owns the landscape. There is a property in the horizon which no
man has but he whose eye can integrate all the parts, that is, the poet. This
is the best part of these men's farms, yet to this their warranty-deeds give no
title.
To speak truly, few adult persons can see
nature. Most persons do not see the sun. At least they have a very superficial
seeing. The sun illuminates only the eye of the man, but shines into the eye
and the heart of the child. The lover of nature is he whose inward and outward
senses are still truly adjusted to each other; who has retained the spirit of
infancy even into the era of manhood. His intercourse with heaven and earth,
becomes part of his daily food. In the presence of nature, a wild delight runs
through the man, in spite of real sorrows. Nature says, -- he is my creature,
and maugre all his impertinent griefs, he shall be glad with me. Not the sun or
the summer alone, but every hour and season yields its tribute of delight; for
every hour and change corresponds to and authorizes a different state of the
mind, from breathless noon to grimmest midnight. Nature is a setting that fits
equally well a comic or a mourning piece. In good health, the air is a cordial
of incredible virtue. Crossing a bare common, in snow puddles, at twilight,
under a clouded sky, without having in my thoughts any occurrence of special
good fortune, I have enjoyed a perfect exhilaration. I am glad to the brink of
fear. In the woods too, a man casts off his years, as the snake his slough, and
at what period soever of life, is always a child. In the woods, is perpetual
youth. Within these plantations of God, a decorum and sanctity reign, a
perennial festival is dressed, and the guest sees not how he should tire of
them in a thousand years. In the woods, we return to reason and faith. There I
feel that nothing can befall me in life, -- no disgrace, no calamity, (leaving
me my eyes,) which nature cannot repair. Standing on the bare ground, -- my
head bathed by the blithe air, and uplifted into infinite space, -- all mean
egotism vanishes. I become a transparent eye-ball; I am nothing; I see all; the
currents of the Universal Being circulate through me; I am part or particle of
God. The name of the nearest friend sounds then foreign and accidental: to be
brothers, to be acquaintances, -- master or servant, is then a trifle and a
disturbance. I am the lover of uncontained and immortal beauty. In the
wilderness, I find something more dear and connate than in streets or villages.
In the tranquil landscape, and especially in the distant line of the horizon,
man beholds somewhat as beautiful as his own nature.
The greatest delight which the fields and woods
minister, is the suggestion of an occult relation between man and the
vegetable. I am not alone and unacknowledged. They nod to me, and I to them.
The waving of the boughs in the storm, is new to me and old. It takes me by
surprise, and yet is not unknown. Its effect is like that of a higher thought
or a better emotion coming over me, when I deemed I was thinking justly or
doing right.
Yet it is certain that the power to produce
this delight, does not reside in nature, but in man, or in a harmony of both.
It is necessary to use these pleasures with great temperance. For, nature is
not always tricked in holiday attire, but the same scene which yesterday
breathed perfume and glittered as for the frolic of the nymphs, is overspread
with melancholy today. Nature always wears the colors of the spirit. To a man
laboring under calamity, the heat of his own fire hath sadness in it. Then,
there is a kind of contempt of the landscape felt by him who has just lost by
death a dear friend. The sky is less grand as it shuts down over less worth in
the population.
from Selected
Essays, Lectures, and Poems. Bantam Books, New York , 1990.