26.12.11

Ralph Waldo Emerson - Naturaleza, I

(Massachusetts, EEUU, 1803 - Massachusetts, EEUU, 1882)




Capítulo I 
de Naturaleza (1836)

Naturaleza

Para estar en soledad, un hombre debe apartarse tanto de su habitación como de la sociedad. Yo no estoy solo mientras leo y escribo, por más que no haya nadie conmigo. Pero si un hombre quiere estar solo, que mire las estrellas. Los rayos que vienen de esos mundos celestiales van a separarlo de lo que toca. Uno podría pensar que la atmósfera se volvió transparente con este propósito: el de darle al hombre, en los cuerpos celestiales, la perpetua presencia de lo sublime. Vistas en las calles de las ciudades, ¡qué grandes son! Si las estrellas aparecieran una noche dentro de mil años, ¡de qué manera los hombres creerían, adorarían y preservarían por muchas generaciones el recuerdo de la ciudad de Dios que se les mostró! Pero cada noche salen estas enviadas de la belleza e iluminan el universo con su sonrisa de amonestación.

Las estrellas despiertan cierta reverencia porque, por más que estén siempre presentes, son inaccesibles; pero todos los objetos naturales dan una impresión parecida siempre que la mente esté abierta a su influencia. La naturaleza nunca se presenta bajo una apariencia mezquina. Ni tampoco el sabio violenta su secreto, perdiendo curiosidad al encontrar toda su perfección. La naturaleza nunca es un juguete para el espíritu sabio. Las flores, los animales, las montañas, reflejan la sabiduría de su mejor hora tanto como deleitaron la simplicidad de su infancia.

Cuando hablamos de la naturaleza de esta manera, tenemos un definido y sin embargo poético sentido en mente. Nos referimos a la integridad de las impresiones que tenemos a partir de múltiples objetos naturales. Es esto lo que diferencia el pedazo de madera del leñador, del árbol del poeta. El encantador paisaje que vi esta mañana está indudablemente hecho de veinte o treinta granjas. Miller es dueño de este campo, Locke de aquél y Manning del de más allá. Pero ninguno de ellos es dueño del paisaje. Hay una propiedad en el horizonte que ningún hombre posee sino aquél cuyos ojos pueden integrar todas las partes, es decir, el poeta. Ésta es la mejor parte de las granjas de estos hombres, cuyos títulos de propiedad sin embargo no les dan ningún título.

En verdad, pocos adultos pueden ver la naturaleza. La mayoría de las personas no ven el sol. Como poco, tienen un modo de ver muy superficial. El sol ilumina sólo el ojo del hombre pero brilla dentro del ojo y del corazón del niño. El amante de la naturaleza es aquél cuyos internos y externos sentidos están todavía verdaderamente conectados uno con el otro; aquél que retuvo el espíritu de la infancia incluso en la adultez. Su relación con el cielo y la tierra se vuelven parte de su alimento diario. En presencia de la naturaleza, un salvaje placer corre dentro del hombre, a pesar de la pena real. La naturaleza dice: Él es mi criatura, y más allá de todas sus impertinentes penas, estará contento conmigo. No sólo el sol o el verano sino todas las horas y estaciones rinden su tributo al placer porque cada hora y cambio corresponde y autoriza a un diferente estado mental, desde un mediodía que te deja sin aliento hasta una lúgubre medianoche. La naturaleza es un marco que encaja igual de bien en una pieza cómica o triste. Con buena salud, el aire es un licor de increíbles virtudes. Cruzando un espacio abierto, en charcos de nieve, al atardecer, debajo de un cielo nublado, sin tener en mis pensamientos ninguna ocurrencia particularmente afortunada, he disfrutado de una perfecta euforia. Me pongo contento hasta el borde del miedo. En los bosques también un hombre se saca años de encima, como la serpiente su piel, y en ese momento cualquiera de su vida, es un niño siempre. En los bosques, es perpetuamente joven. Dentro de estas plantaciones de Dios, reinan un decoro y una santidad, un festival perenne se prepara y el invitado no ve cómo podría hartarse de esto ni en miles de años. En los bosques volvemos a la razón y a la fe. Ahí siento que nada puede sucederle a mi vida—ninguna desgracia, ninguna calamidad (dejando de lado mis ojos) que la naturaleza no pueda reparar. Parado en la tierra desnuda,  -- mi cabeza bañada por el aire despreocupado y levantada hacia el espacio infinito -- todo egoísmo mezquino desaparece. Me convierto en un ojo, un transparente globo ocular; no soy nada; lo veo todo; las corrientes del Ser Universal circulan en mí, soy parte o partícula de Dios. El nombre del amigo más cercano suena muy extraño y accidental: ser hermanos, ser conocidos, -- amo o esclavo, es entonces algo insignificante y que me altera. Soy el amante de desbordante e inmortal belleza. En la selva encuentro algo más querido y natural que en las calles o pueblos. En el paisaje tranquilo, y especialmente en la distante línea del horizonte, el hombre ve algo tan bello como su propia naturaleza.

El mayor placer que los campos y los bosques proveen, es la sugerencia de una oculta relación entre el hombre y las plantas. No estoy solo y soy reconocido. Me ven y asienten con la cabeza y yo hago lo mismo. El movimiento de las ramas en la tormenta es nuevo y antiguo para mí. Me toma por sorpresa y sin embargo no me es desconocido. Su efecto es como el de un pensamiento sublime o el de una intensa emoción que me llega cuando consideraba que estaba pensando y siendo justo o haciendo bien.

Pero es cierto que el poder de producir este placer no reside en la naturaleza sino en el hombre, o en la armonía de ambos. Es necesario usar estos placeres con gran moderación. Porque la naturaleza no siempre está vestida de fiesta, y la misma escena que ayer transpiraba perfume y relucía como el jugueteo de las ninfas, hoy está bañado de melancolía. La naturaleza siempre viste los colores del espíritu. Para un hombre que trabaja en medio de la calamidad encuentra en el ardor de su propio fuego tristeza. Así, hay una clase de desdén del paisaje que siente aquél que perdió a un amigo. El cielo es menos grande a medida que se cierra sobre una población que lo considera de poco valor.




Veresión de Tom Maver


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Chapter I
Nature

To go into solitude, a man needs to retire as much from his chamber as from society. I am not solitary whilst I read and write, though nobody is with me. But if a man would be alone, let him look at the stars. The rays that come from those heavenly worlds, will separate between him and what he touches. One might think the atmosphere was made transparent with this design, to give man, in the heavenly bodies, the perpetual presence of the sublime. Seen in the streets of cities, how great they are! If the stars should appear one night in a thousand years, how would men believe and adore; and preserve for many generations the remembrance of the city of God which had been shown! But every night come out these envoys of beauty, and light the universe with their admonishing smile.

The stars awaken a certain reverence, because though always present, they are inaccessible; but all natural objects make a kindred impression, when the mind is open to their influence. Nature never wears a mean appearance. Neither does the wisest man extort her secret, and lose his curiosity by finding out all her perfection. Nature never became a toy to a wise spirit. The flowers, the animals, the mountains, reflected the wisdom of his best hour, as much as they had delighted the simplicity of his childhood.

When we speak of nature in this manner, we have a distinct but most poetical sense in the mind. We mean the integrity of impression made by manifold natural objects. It is this which distinguishes the stick of timber of the wood-cutter, from the tree of the poet. The charming landscape which I saw this morning, is indubitably made up of some twenty or thirty farms. Miller owns this field, Locke that, and Manning the woodland beyond. But none of them owns the landscape. There is a property in the horizon which no man has but he whose eye can integrate all the parts, that is, the poet. This is the best part of these men's farms, yet to this their warranty-deeds give no title.

To speak truly, few adult persons can see nature. Most persons do not see the sun. At least they have a very superficial seeing. The sun illuminates only the eye of the man, but shines into the eye and the heart of the child. The lover of nature is he whose inward and outward senses are still truly adjusted to each other; who has retained the spirit of infancy even into the era of manhood. His intercourse with heaven and earth, becomes part of his daily food. In the presence of nature, a wild delight runs through the man, in spite of real sorrows. Nature says, -- he is my creature, and maugre all his impertinent griefs, he shall be glad with me. Not the sun or the summer alone, but every hour and season yields its tribute of delight; for every hour and change corresponds to and authorizes a different state of the mind, from breathless noon to grimmest midnight. Nature is a setting that fits equally well a comic or a mourning piece. In good health, the air is a cordial of incredible virtue. Crossing a bare common, in snow puddles, at twilight, under a clouded sky, without having in my thoughts any occurrence of special good fortune, I have enjoyed a perfect exhilaration. I am glad to the brink of fear. In the woods too, a man casts off his years, as the snake his slough, and at what period soever of life, is always a child. In the woods, is perpetual youth. Within these plantations of God, a decorum and sanctity reign, a perennial festival is dressed, and the guest sees not how he should tire of them in a thousand years. In the woods, we return to reason and faith. There I feel that nothing can befall me in life, -- no disgrace, no calamity, (leaving me my eyes,) which nature cannot repair. Standing on the bare ground, -- my head bathed by the blithe air, and uplifted into infinite space, -- all mean egotism vanishes. I become a transparent eye-ball; I am nothing; I see all; the currents of the Universal Being circulate through me; I am part or particle of God. The name of the nearest friend sounds then foreign and accidental: to be brothers, to be acquaintances, -- master or servant, is then a trifle and a disturbance. I am the lover of uncontained and immortal beauty. In the wilderness, I find something more dear and connate than in streets or villages. In the tranquil landscape, and especially in the distant line of the horizon, man beholds somewhat as beautiful as his own nature.

The greatest delight which the fields and woods minister, is the suggestion of an occult relation between man and the vegetable. I am not alone and unacknowledged. They nod to me, and I to them. The waving of the boughs in the storm, is new to me and old. It takes me by surprise, and yet is not unknown. Its effect is like that of a higher thought or a better emotion coming over me, when I deemed I was thinking justly or doing right.

Yet it is certain that the power to produce this delight, does not reside in nature, but in man, or in a harmony of both. It is necessary to use these pleasures with great temperance. For, nature is not always tricked in holiday attire, but the same scene which yesterday breathed perfume and glittered as for the frolic of the nymphs, is overspread with melancholy today. Nature always wears the colors of the spirit. To a man laboring under calamity, the heat of his own fire hath sadness in it. Then, there is a kind of contempt of the landscape felt by him who has just lost by death a dear friend. The sky is less grand as it shuts down over less worth in the population.



from Selected Essays, Lectures, and Poems. Bantam Books, New York, 1990.

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