3.5.12

Sharon Olds - El hotel





El hotel

Cuando escucho que está venido abajo no lo puedo creer,
puedo ver la O cuadrada de adobe
mirando hacia adentro, hacia el patio
interno y la pileta y las flores y parece
permanente como una idea platónica,
tan lejos de la destrucción como el Jardín del Edén.
Cuando los visitaba me quedaba ahí la última
noche, al lado del aeropuerto, me levantaba
a las seis, me ponía mi traje de baño
en la oscuridad, corría el ventanal y atravesaba
el frío jardín hacia la pileta. Volutas de
vapor giraban sobre la superficie,
los pájaros en las palmeras despertaban, yo me deslizaba
adentro y me hundía y estaba en casa, en el verde y líquido
mundo sin aliento donde a menudo
había ido con mi padre. Cuanto más enfermo estaba,
esos últimos meses, tanto más sentía
que acá era donde yo siempre lo podría encontrar-
sumergida, con el cuerpo apretado
por el abrazo sofocante del agua.
Luego me iba al cuarto, pasaba
el arbusto con la camelia apartada, el amor
que anhelaba de él,
prendía la caliente y ponía mi cabeza abajo
como si estuviera bajo la pendiente del Jordán
y podía bautizarme hija suya, y ahora es un montón
de basura – las lozas, los cocos
de las palmeras, los brotes de las gardenias,
roña, nidos, vigas. Deben haber
vendido las camas, apartado los jabones
aceitosos, ondulados, molidos tres veces – y si
salvaron la pileta, la deben haber sacado de cuajo
dejando un agujero como una tumba,
o habrán excavado, como con Pompeya. De todas maneras,
cada huella de todo
lo que me mantuvo
cerca de él
va a ser removida del planeta. Sólo este pequeño
oasis – gorriones y pittosporum,
una mujer adentro del agua y
adentro de su corazón su padre
que ronca y adentro de sus ronquidos, su hija,
la pileta, el patio, la ciudad, la tierra,
el universo, floreciente expansión de las ruinas.





Nota del T.: Nadie conoce los espejos. Nadie vio un espejo. Sólo lo que refleja porque en sí no es nada. Miro el espejo: veo mi cara. La carencia de esa superficie es también su riqueza. Es un misterio a la vista de todos. Nadie conoce a los traductores. Se nos pide que no estemos: somos eficientes si no se notan nuestras manos, si no dejamos nuestras huellas digitales marcadas en los espejos que construimos. Pero nuestra invisibilidad es también nuestra astucia, nuestra escondida libertad. De todas maneras me pregunto: ¿qué soy sin el poema que traduzco, sin ese hotel donde permanezco una breve temporada como el protagonista de Hierro 3, de Kim Ki-duk?

Traduzco “El hotel” de Sharon Olds, lo releo en castellano, corrijo dos palabras, borro una tercera, dudo de una coma y vuelvo a leerlo pero esta vez en voz alta. Por un segundo me distraigo pensando en esa pileta, en la sensación de entrar en ella que es como entrar en el poema para traducirlo, sumergirse hasta el fondo dejándose atravesar por esa corriente tibia, en su envoltura de imágenes sonoras y pensamientos rítmicos. Sigo con la lectura del poema. Ahora no puedo evitar pensar en mi propio padre, en lo que sería que él muriera y saco la cabeza para tomar aire. Decido salir un rato. Pero me doy vuelta y observo la superficie del poema-pileta una última vez más de cerca: veo mi cara húmeda en el espejo de la traducción. Mi orfandad tiembla. 

Padres, hijas, hijos, madres. Escritoras, traductores. Familias extrañas, vagos parecidos, extravagancias. Por un momento me dejo pensar que este poema lo podría haber escrito yo. Pero no. Yo sólo me zambullí por un rato en esa pileta para que se siga expandiendo la zambullida de Sharon y el patio, la ciudad, la tierra, el universo...



Versión de Tom Maver


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The Motel

When I hear it’s torn down I can hardly relieve it,
I can see the square O of adobe
facing in, onto the inner
courtyard, and the pool, and the flowers, it feels
permanent as a Platonic idea,
as far beyond destruction as the Garden of Eden.
When I visited them I would stay there the last
night, next to the airport, get up
at six, put on my bathing suit
in the dark, open the glass and cross
the cold garden to the pool. Curls of
steam wandered up form the surface,
the birds in the palms awoke, I slid in
and sank an I was at home, in the green
breathless liquid world where I had often
gone with my father. The sicker he got,
those last months, the more I felt
this is where I would always find him-
underwater, body squeezed
in the water’s airless hug.
I would pad back to my room, past
the bush with its stray camellia, the love
I longed for from him,
I’d turn on the hot, put my head under
as if it were upright Jordan, and I could
baptize myself his daughter, and now
it’s a pile of rubbish – the tile surround,
palm-nuts, gardenia buds,
dirt, nests, girders. They will have
sold the beds, set aside the triple-milled
amber fluted soaps – and did they
save the pool, unsuction it up and
leave a hole like a grave, or did they
cave it in, Pompeiian. Anyway,
every trace of everything
that held me
holding him
will be removed from the planet. Only this small
oasis – sparrows and pittosporum,
a woman down inside the water, and
down inside her heart her snoring
father, and in his snore his daughter,
the pool the courtyard, the city, the earth,
the universe, expanding blossom of wreckage.




from The Father, Alfred A. Knopf, New York, 2011.

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