El hotel
Cuando
escucho que está venido abajo no lo puedo creer,
puedo ver la O cuadrada de adobe
mirando
hacia adentro, hacia el patio
interno y
la pileta y las flores y parece
permanente
como una idea platónica,
tan lejos
de la destrucción como el Jardín del Edén.
Cuando los
visitaba me quedaba ahí la última
noche, al
lado del aeropuerto, me levantaba
a las seis,
me ponía mi traje de baño
en la
oscuridad, corría el ventanal y atravesaba
el frío
jardín hacia la pileta. Volutas de
vapor
giraban sobre la superficie,
los pájaros
en las palmeras despertaban, yo me deslizaba
adentro y
me hundía y estaba en casa, en el verde y líquido
mundo sin
aliento donde a menudo
había ido
con mi padre. Cuanto más enfermo estaba,
esos
últimos meses, tanto más sentía
que acá era
donde yo siempre lo podría encontrar-
sumergida,
con el cuerpo apretado
por el
abrazo sofocante del agua.
Luego me
iba al cuarto, pasaba
el arbusto
con la camelia apartada, el amor
que
anhelaba de él,
prendía la
caliente y ponía mi cabeza abajo
como si
estuviera bajo la pendiente del Jordán
y podía
bautizarme hija suya, y ahora es un montón
de basura –
las lozas, los cocos
de las
palmeras, los brotes de las gardenias,
roña,
nidos, vigas. Deben haber
vendido las
camas, apartado los jabones
aceitosos,
ondulados, molidos tres veces – y si
salvaron la
pileta, la deben haber sacado de cuajo
dejando un
agujero como una tumba,
o habrán
excavado, como con Pompeya. De todas maneras,
cada huella
de todo
lo que me
mantuvo
cerca de él
va a ser
removida del planeta. Sólo este pequeño
oasis –
gorriones y pittosporum,
una mujer
adentro del agua y
adentro de
su corazón su padre
que ronca y
adentro de sus ronquidos, su hija,
la pileta,
el patio, la ciudad, la tierra,
el
universo, floreciente expansión de las ruinas.
Nota del
T.: Nadie conoce los espejos. Nadie vio un espejo. Sólo lo que refleja porque en sí
no es nada. Miro el espejo: veo mi cara. La carencia de esa superficie es
también su riqueza. Es un misterio a la vista de todos. Nadie conoce a los
traductores. Se nos pide que no estemos: somos eficientes si no se notan
nuestras manos, si no dejamos nuestras huellas digitales marcadas en los
espejos que construimos. Pero nuestra invisibilidad es también nuestra astucia, nuestra escondida libertad. De todas maneras me pregunto: ¿qué soy sin el poema que traduzco, sin ese hotel donde permanezco una breve temporada como el protagonista de Hierro 3, de Kim Ki-duk?
Traduzco
“El hotel” de Sharon Olds, lo releo en castellano, corrijo dos palabras, borro una
tercera, dudo de una coma y vuelvo a leerlo pero esta vez en voz alta. Por un
segundo me distraigo pensando en esa pileta, en la sensación de entrar en ella
que es como entrar en el poema para traducirlo, sumergirse hasta el fondo
dejándose atravesar por esa corriente tibia, en su envoltura de imágenes sonoras
y pensamientos rítmicos. Sigo con la lectura del poema. Ahora no puedo evitar pensar en mi
propio padre, en lo que sería que él muriera y saco la cabeza para tomar aire.
Decido salir un rato. Pero me doy vuelta y observo la superficie del
poema-pileta una última vez más de cerca: veo mi cara húmeda en el espejo de la
traducción. Mi orfandad tiembla.
Padres,
hijas, hijos, madres. Escritoras, traductores. Familias extrañas, vagos parecidos,
extravagancias. Por un momento me dejo pensar que este poema lo podría haber
escrito yo. Pero no. Yo sólo me zambullí por un rato en esa pileta para que se
siga expandiendo la zambullida de Sharon y el patio, la ciudad, la tierra, el universo...
Versión de
Tom Maver
ºººººººººººººººººººººººººººº
The Motel
When I hear
it’s torn down I can hardly relieve it,
I can see
the square O of adobe
facing in,
onto the inner
courtyard,
and the pool, and the flowers, it feels
permanent
as a Platonic idea,
as far
beyond destruction as the Garden of Eden.
When I
visited them I would stay there the last
night, next
to the airport, get up
at six, put
on my bathing suit
in the
dark, open the glass and cross
the cold
garden to the pool. Curls of
steam
wandered up form the surface,
the birds
in the palms awoke, I slid in
and sank an
I was at home, in the green
breathless
liquid world where I had often
gone with
my father. The sicker he got,
those last
months, the more I felt
this is
where I would always find him-
underwater,
body squeezed
in the
water’s airless hug.
I would pad
back to my room, past
the bush
with its stray camellia, the love
I longed
for from him,
I’d turn on
the hot, put my head under
as if it
were upright Jordan ,
and I could
baptize
myself his daughter, and now
it’s a pile
of rubbish – the tile surround,
palm-nuts,
gardenia buds,
dirt,
nests, girders. They will have
sold the
beds, set aside the triple-milled
amber
fluted soaps – and did they
save the
pool, unsuction it up and
leave a
hole like a grave, or did they
cave it in,
Pompeiian. Anyway,
every trace
of everything
that held
me
holding him
will be
removed from the planet. Only this small
oasis –
sparrows and pittosporum,
a woman
down inside the water, and
down inside
her heart her snoring
father, and
in his snore his daughter,
the pool
the courtyard, the city, the earth,
the
universe, expanding blossom of wreckage.
from The Father, Alfred A. Knopf, New York , 2011.