Fragmento del libro noveno del "Paraíso perdido".
Éste fue el
placer que tuvo la Serpiente
al mirar
el terreno
florido donde el dulce receso de Eva
tan
temprano, tan sola, tenía lugar. Su divina forma,
angelical,
pero más suave y femenina,
la gracia
de su inocencia, cada mínimo gesto
y hasta la
más diminuta acción, sobrecogió
su maldad y
con una dulzura cautivante abatió
la fiereza
de la fiera intención que traía:
en ese
espacio, el Malvado se quedó abstraído
de su
propia maldad y por un tiempo se mantuvo
estúpidamente
bueno, su enemistad desarmada,
y su astucia,
su odio, su envidia, su venganza.
Pero el caliente
infierno que siempre en él arde,
aunque
estuviera en el Cielo, pronto acabó con su deleite,
y cuanto
más mira el placer no destinado a él
más la
tortura ahora lo enciende: recién entonces
recuerda el
feroz odio y a todos sus pensamientos
retorcidos,
dándole la bienvenida, así los excitaba:
“Pensamientos,
¿a dónde me llevan?, ¿con qué dulce
mano firme
así me transportan para que olvide
lo que a
acá nos trae? Odio, ni amor ni esperanza
de un
Paraíso para el Infierno, ni esperanza de probar
el placer,
sino el placer entero de destruir todo, todo
salvo el placer que hay en destruir, cualquier otra alegría
para mí
está perdida. Entonces no dejen que deje pasar
la ocasión
que ahora me sonríe, miren la mujer,
sola, momento oportuno para cualquier intento;
su Esposo, a
quien no vi en mis rondas, no está cerca,
cuyo alto
intelecto es lo que más rehúyo,
y su
fuerza, su coraje altanero, sus miembros
de héroe a
pesar de su moldura terrenal,
enemigo
formidable, sin una sola lastimadura,
no como yo.
De tal manera el Infierno me degradó
y el dolor
debilitó lo que una vez fui en el Cielo.
Ella,
hermosa, divinamente hermosa, apropiada
para el
amor de los dioses, sin ser terrible
por más que
haya terror en el amor, y belleza,
sin que se
le haya acercado mayor odio,
un odio
mayor bajo la forma de un amor bien simulado,
del modo en
que hacia su ruina yo ahora la dirijo.
Nota del T.: Hace veintiséis años que vivo donde estoy. Practico el sedentarismo en este departamento de Buenos Aires, en este cuarto donde mi infancia se transformó hasta tomar esta forma actual de adolescencia adulta, de rebalsada pequeñez, desde donde vi a la gente que amé irse, volver y volver a irse y donde los cambios, la resonancia de mis experiencias venían desde el centro de un yo inmóvil. Pero algo como una etapa está cerrándose. Hay una inquietud que se mueve dentro mío con la imperceptibilidad de los médanos que el viento mueve en el desierto. Los fundamentos de lo que soy están siendo reemplazados. Yo soy el arquitecto y habitante de estas remodelaciones y destrucciones. La facultad, la vida en común con mis padres, el sedentarismo, el viejo amor, todo eso está quedando atrás. Momento bisagra, yo soy la puerta que se entorna y quien la atraviesa, dirigiéndome a mi ruina, a mis cambios, a mi desprotección. Curioso por saber qué voy a desear, hacia dónde voy a ir, de qué cosas me mantuve alejado, decido hacerle un mal a mi divina quietud ahora que está sola, ahora que yo no la protejo, y destruirla, sentir el placer de destruir y el terror que hay en acercarse a lo que uno ama.
Nota del T.: Hace veintiséis años que vivo donde estoy. Practico el sedentarismo en este departamento de Buenos Aires, en este cuarto donde mi infancia se transformó hasta tomar esta forma actual de adolescencia adulta, de rebalsada pequeñez, desde donde vi a la gente que amé irse, volver y volver a irse y donde los cambios, la resonancia de mis experiencias venían desde el centro de un yo inmóvil. Pero algo como una etapa está cerrándose. Hay una inquietud que se mueve dentro mío con la imperceptibilidad de los médanos que el viento mueve en el desierto. Los fundamentos de lo que soy están siendo reemplazados. Yo soy el arquitecto y habitante de estas remodelaciones y destrucciones. La facultad, la vida en común con mis padres, el sedentarismo, el viejo amor, todo eso está quedando atrás. Momento bisagra, yo soy la puerta que se entorna y quien la atraviesa, dirigiéndome a mi ruina, a mis cambios, a mi desprotección. Curioso por saber qué voy a desear, hacia dónde voy a ir, de qué cosas me mantuve alejado, decido hacerle un mal a mi divina quietud ahora que está sola, ahora que yo no la protejo, y destruirla, sentir el placer de destruir y el terror que hay en acercarse a lo que uno ama.
Such pleasure took the Serpent to behold
This
flourie plat, the sweet recess of Eve
Thus early,
thus alone; her heavenly form
Angelic,
but more soft, and feminine,
Her graceful
innocence, her every air
Of gesture
or lest action, overawed
His malice,
and with rapine sweet bereaved
His
fierceness of the fierce intent it brought.
That space
the Evil One abstracted stood
From his
own evil, and for the time remained
Stupidly good,
of enmity disarmed,
Of guile,
of hate, of envy, of revenge;
But the hot
hell that always in him burns,
Though in
mid Heaven, soon ended his delight,
And
tortures him now more, the more he sees
Of pleasure
not for him ordained: then soon
Fierce hate
he recollects, and all his thoughts
Of mischief,
gratulating, thus excites:
“Thoughts, whither have ye led me?, with what
sweet
Compulsion
thus transported to forget
What hither
brought us? hate, not love, nor hope
Of Paradise for Hell, hope here to taste
Of
pleasure, but all pleasure to destroy,
Save what
is in destroying, other joy
To me is
lost. Then let me not let pass
Occasion
which now smiles, behold alone
The Woman,
opportune to all attempts,
Her husband,
for I view far round, not nigh,
Whose
higher intellectual more I shun,
And
strength, of courage haughty, and of limb
Heroic
built, though of terrestrial mould,
Foe not
informidable, exempt from wound,
I not; so
much hath Hell debased, and pain
Enfeebled
me, to what I was in Heaven.
She fair,
divinely fair, fit Love for Gods,
Not
terrible, though terror be in Love
And beauty,
not approached by stronger hate,
Hate
stronger, under show of Love well feigned,
The way
which to her ruin now I tend.”