El planeta
en la mesa
Ariel
estaba contento de haber escrito sus poemas.
Eran de una
época que recordaba
o de algo
que había visto que le había gustado.
Los otros
trabajos del sol
eran
desperdicio y acumulación
y el
arbusto maduro se marchitaba.
Él y el sol
eran uno
y sus
poemas, a pesar de haberlos hecho él mismo,
estaban también
hechos por el sol.
No era
importante que sobrevivieran.
Lo que
importaba era que cargaran
algún rasgo
o característica,
alguna
riqueza, aunque fuera entrevista,
en la
pobreza de sus palabras,
del planeta
del que formaban parte.
Nota del T.: Los poemas en la mesa. Después de
un largo camino, llegan a esa mesa, los deja apoyados y toma el micrófono. Mira
al público, me mira. Unas horas antes nos encontramos, caminamos algunas
cuadras y elegimos un lugar donde comer antes de ir a la lectura. La vi entusiasmada, comiendo, hablando de sus proyectos, de sus libros. Ahora deja de
ordenar sus papeles y luego de unas palabras introductorias, empieza a leer sus
poemas. Oigo su voz y mantengo silencio, el público también permanece callado, a
la expectativa. Entonces, me vuelve a pasar lo que me pasa a veces cuando estoy
concentrado escuchándola: llegado un punto, me desconcentro. Es como si no
pudiera escucharla de un modo lineal, progresivo, sin que mi atención empiece a
dar saltos, como si algo en sus poemas me tomara de la mano y me llevara hacia
otro lugar. Sí, algo así: soy llevado por lo que dice lejos de lo que dice,
hacia ese planeta de donde trae los poemas. La vuelvo a mirar: ella sigue ahí.
Ahora, que estamos volviéndonos en el colectivo, me dejo fascinar por sus ojos
que me miran y luego giran hacia la ventanilla, atraídos por las luces que
pasan. De alguna manera siento que los que conversan tatúan silenciosamente en
los ojos del otro, con sus miradas, algo indescifrable. Mientras trato de
seguirle la mirada, le oigo decir como al pasar que no sabe dónde va a estar el
año que viene en esta época, oigo palabras como España, Nicaragua, Chile y me
doy cuenta de que soy yo ahora el que mira por la ventana. Ella sabe, sin
embargo, que nuestro lugar es éste, el de la conversación: un sitio
desarraigado que brota de los encuentros. Desarraigado y encarnado en nosotros.
En Vivre sa vie, la película de
Jean-Luc Godard, se dice que hablar es una resurrección, que cuando se habla
hay otra vida. La veo y miro que está un poco ensimismada, pensando en voz
alta, necesitándome y al mismo tiempo prescindiendo de mí y yo hablo un poquito
hacia adentro, y pienso que en estos momentos estamos viviendo esa otra vida,
juntos, yendo hacia lo ajeno para no morir de fugacidad.
Versión de Tom Maver
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The Planet
On The Table
Ariel was
glad he had written his poems.
They were
of a remembered time
Or of
something seen that he liked.
Other
makings of the sun
Were waste
and welter
And the
ripe shrub writhed.
His self
and the sun were one
And his
poems, although makings of his self,
Were no
less makings of the sun.
It was not
important that they survive.
What
mattered was that they should bear
Some
lineament or character,
Some
affluence, if only half-perceived,
In the
poverty of their words,
Of the
planet of which they were part.
from The Collected Poems of Wallace Stevens,
Vintage Books, New York ,
1990.