Acto II, Escena II
Bushy. Su Majestad, está usted demasiado
triste:
me prometió
que cuando el rey partiera
dejaría de
lado esa pesadez que daña la vida
y estaría
con un estado de ánimo más alegre.
eso no
puedo hacerlo. Sin embargo no sé por qué
le doy la
bienvenida a semejante huésped como la tristeza
salvo por
el hecho de haber despedido a tan dulce huésped
como mi
dulce Ricardo. Pero, otra vez: pienso que una pena
aún
inexistente, madurada en el vientre de la fortuna
viene hacia
mí, y con casi nada se inquieta
lo profundo
de mi alma: me apeno por algo
que no es
meramente la partida de mi Señor y Rey.
Bushy. Cada razón
para la pena tiene veinte sombras
que se
presentan como la pena misma pero que no lo son.
Los ojos de
la tristeza, vidriados por lágrimas que los ciegan,
dividen lo
completo en una multitud de objetos
como
ciertos rompecabezas que mirados con detenimiento
sólo
muestran confusión - pero para quien los mira de lejos
cobran
forma y sentido: así, mi dulce Majestad,
viendo de
reojo la partida de su Señor, usted encuentra
antes que
su ausencia, otros motivos por los que sufrir,
pero que
vistos tal cual son, no son más que sombras
de algo que
no existe. Entonces, mi Reina tres veces magnífica,
no llore
más que la partida de su Rey: no hay más para ver
y si lo
hay, es con la falsa mirada de la tristeza
que no
llora por cosas verdaderas sino por cosas imaginarias.
me convence
de lo contrario; sea como sea,
sólo puedo
estar triste, y con una pena tan pesada,
como cuando
uno, sin querer pensar en nada, piensa,
y con esta
pesada nada me desmayo y disminuyo.
Bushy. No es
sino una pena ilusoria, mi excelente Reina.
de alguna
pena antigua; la mía no tiene esta característica
ya que nada
ha causado este algo por el que peno
o bien algo
ha causado esta nada que me atormenta.
Soy
poseedora por adelantado de este sufrimiento.
Pero qué
es, eso todavía no se sabe, no lo sé
ni puedo
nombrarlo; no tiene nombre la pena que conozco.
Nota del T.: Me pongo a releer partes de un diario que empecé a escribir
a fines del año pasado. No sé por qué pero siempre los abandono pasado un
cierto tiempo. Me cuesta mantener una conversación conmigo mismo que dure
demasiado. Y lo que leo me llama la atención: un largo período de
insatisfacción que no sabía de dónde venía ni cómo pararla. Me sentía como esos
chicos que juegan en las fuentes de agua que se ven en algunos parques, que
están al ras del piso y tienen muchos agujeros. Los chicos tapan con sus pies
alguno y ven cómo el agua sale por otro. Yo veía brotar la insatisfacción por
nuevos lugares inesperados.
Lo que en verdad dice la reina al final de su parlamento no
es que las penas “vienen/ de alguna pena antigua”, sino que todas tienen alguna
pena-padre ancestral que las engendra. Pienso en esa suerte de genealogía que
se perfila en lo que dice, de árbol genealógico del pesar. Y recuerdo el famoso
tango, “Naranjo en flor” donde oímos: “¿Qué le habrán hecho mis manos/ para
dejarme en el pecho/ tanto dolor de vieja arboleda?”.
Dolor de vieja arboleda, me gusta eso. Sin embargo, la reina
dice que la suya, su pena, no tiene causa ni padre: es huérfana y rueda sin
gobierno. Desde ya que es una intuición válida en la obra: traiciones, torpes
manejos políticos por parte del marido… Es notable que Bushy le diga que es la
tristeza, las lágrimas que llora lo que le impiden a la reina ver con claridad.
Pienso en la inteligencia adelantada de la tristeza que es la que puede ver la
dirección del abandono y de la orfandad.
Termino de releer algunas páginas más de ese diario que
estuve escribiendo. No siento pena por mí mismo, pero me resulta necesario
entender qué era lo que estaba pasando. Hoy creo que tenía una tristeza que
sólo mi alegría puede comprender.
II, II
Bushy.
Madam, your
majesty is too much sad.
You
promised, when you parted with the king,
to lay
aside life-harming heaviness,
and
entertain a cheerful disposition.
Queen.
To please
the king, I did: to please myself
I cannot do
it; yet I know no cause
why I should
welcome such a guest as grief,
save
bidding farewell to so sweet a guest
as my sweet
Richard; yet again methinks,
some un
born sorrow, ripe in fortune’s womb,
is coming
towards me, and my inward soul
with
nothing trembles; at some thing it grieves,
more than
with parting from my lord the king.
Bushy.
Each
substance of a grief hath twenty shadows
which shows
like grief itself, but is not so.
For sorrow’s
eye, glazed with blinding tears,
divides one
thing entire, to many objects;
like
perspectives, which rightly gazed upon
show
nothing but confusion, eyed awry,
distinguish
form; so your sweet majesty
looking
awry upon your lord’s departure,
finds
shapes of grief, more than himself, to wail;
which,
looked on as it is, is nought but shadows
of what is
not: the, thrice-gracious Queen,
more than
your lord’s departure weep not; more’s not seen;
or if it
may be, ‘t is with false sorrow’s eye,
which, for
things true, weeps things imaginary.
Queen.
It may be
so; but yet my inward soul
persuades
me it is otherwise; howe’er it be,
I cannot but
be sad; so heavy sad,
as though
on thinking on no thought I think,
makes me with
heavy nothing faint and shrink.
Bushy.
‘t is
nothing but conceit, my gracious lady.
Queen. ‘t is nothing less, conceit is still derived
from some
forefather grief; mine is not so,
for nothing
hath begot my something grief
or
something hath the nothing that I grieve;
‘t is in
reversion that I do possess,
but what it
is, that is not yet known, what
I cannot
name; ‘t is nameless woe I wot.