25.7.12

William Shakespeare - Ricardo II





Acto II, Escena II


Bushy.    Su Majestad, está usted demasiado triste:
me prometió que cuando el rey partiera
dejaría de lado esa pesadez que daña la vida
y estaría con un estado de ánimo más alegre.

La Reina.    Contentar al Rey, pude; estar contenta yo,
eso no puedo hacerlo. Sin embargo no sé por qué
le doy la bienvenida a semejante huésped como la tristeza
salvo por el hecho de haber despedido a tan dulce huésped
como mi dulce Ricardo. Pero, otra vez: pienso que una pena
aún inexistente, madurada en el vientre de la fortuna
viene hacia mí, y con casi nada se inquieta
lo profundo de mi alma: me apeno por algo
que no es meramente la partida de mi Señor y Rey.

Bushy.    Cada razón para la pena tiene veinte sombras
que se presentan como la pena misma pero que no lo son.
Los ojos de la tristeza, vidriados por lágrimas que los ciegan,
dividen lo completo en una multitud de objetos
como ciertos rompecabezas que mirados con detenimiento
sólo muestran confusión - pero para quien los mira de lejos
cobran forma y sentido: así, mi dulce Majestad,
viendo de reojo la partida de su Señor, usted encuentra
antes que su ausencia, otros motivos por los que sufrir,
pero que vistos tal cual son, no son más que sombras
de algo que no existe. Entonces, mi Reina tres veces magnífica,
no llore más que la partida de su Rey: no hay más para ver
y si lo hay, es con la falsa mirada de la tristeza
que no llora por cosas verdaderas sino por cosas imaginarias.

La Reina.    Puede ser, pero mi alma, muy adentro mío,
me convence de lo contrario; sea como sea,
sólo puedo estar triste, y con una pena tan pesada,
como cuando uno, sin querer pensar en nada, piensa,
y con esta pesada nada me desmayo y disminuyo.

Bushy.    No es sino una pena ilusoria, mi excelente Reina.

La Reina.    Nada más ni nada menos. Éstas siempre vienen
de alguna pena antigua; la mía no tiene esta característica
ya que nada ha causado este algo por el que peno
o bien algo ha causado esta nada que me atormenta.
Soy poseedora por adelantado de este sufrimiento.
Pero qué es, eso todavía no se sabe, no lo sé
ni puedo nombrarlo; no tiene nombre la pena que conozco.




Nota del T.: Me pongo a releer partes de un diario que empecé a escribir a fines del año pasado. No sé por qué pero siempre los abandono pasado un cierto tiempo. Me cuesta mantener una conversación conmigo mismo que dure demasiado. Y lo que leo me llama la atención: un largo período de insatisfacción que no sabía de dónde venía ni cómo pararla. Me sentía como esos chicos que juegan en las fuentes de agua que se ven en algunos parques, que están al ras del piso y tienen muchos agujeros. Los chicos tapan con sus pies alguno y ven cómo el agua sale por otro. Yo veía brotar la insatisfacción por nuevos lugares inesperados.

Lo que en verdad dice la reina al final de su parlamento no es que las penas “vienen/ de alguna pena antigua”, sino que todas tienen alguna pena-padre ancestral que las engendra. Pienso en esa suerte de genealogía que se perfila en lo que dice, de árbol genealógico del pesar. Y recuerdo el famoso tango, “Naranjo en flor” donde oímos: “¿Qué le habrán hecho mis manos/ para dejarme en el pecho/ tanto dolor de vieja arboleda?”.

Dolor de vieja arboleda, me gusta eso. Sin embargo, la reina dice que la suya, su pena, no tiene causa ni padre: es huérfana y rueda sin gobierno. Desde ya que es una intuición válida en la obra: traiciones, torpes manejos políticos por parte del marido… Es notable que Bushy le diga que es la tristeza, las lágrimas que llora lo que le impiden a la reina ver con claridad. Pienso en la inteligencia adelantada de la tristeza que es la que puede ver la dirección del abandono y de la orfandad.

Termino de releer algunas páginas más de ese diario que estuve escribiendo. No siento pena por mí mismo, pero me resulta necesario entender qué era lo que estaba pasando. Hoy creo que tenía una tristeza que sólo mi alegría puede comprender.




II, II


Bushy.    Madam, your majesty is too much sad.
You promised, when you parted with the king,
to lay aside life-harming heaviness,
and entertain a cheerful disposition.

Queen.    To please the king, I did: to please myself
I cannot do it; yet I know no cause
why I should welcome such a guest as grief,
save bidding farewell to so sweet a guest
as my sweet Richard; yet again methinks,
some un born sorrow, ripe in fortune’s womb,
is coming towards me, and my inward soul
with nothing trembles; at some thing it grieves,
more than with parting from my lord the king.

Bushy.    Each substance of a grief hath twenty shadows
which shows like grief itself, but is not so.
For sorrow’s eye, glazed with blinding tears,
divides one thing entire, to many objects;
like perspectives, which rightly gazed upon
show nothing but confusion, eyed awry,
distinguish form; so your sweet majesty
looking awry upon your lord’s departure,
finds shapes of grief, more than himself, to wail;
which, looked on as it is, is nought but shadows
of what is not: the, thrice-gracious Queen,
more than your lord’s departure weep not; more’s not seen;
or if it may be, ‘t is with false sorrow’s eye,
which, for things true, weeps things imaginary.

Queen.    It may be so; but yet my inward soul
persuades me it is otherwise; howe’er it be,
I cannot but be sad; so heavy sad,
as though on thinking on no thought I think,
makes me with heavy nothing faint and shrink.

Bushy.    ‘t is nothing but conceit, my gracious lady.

Queen.    ‘t is nothing less, conceit is still derived
from some forefather grief; mine is not so,
for nothing hath begot my something grief
or something hath the nothing that I grieve;
‘t is in reversion that I do possess,
but what it is, that is not yet known, what
I cannot name; ‘t is nameless woe I wot.

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