10.10.12

Anis Mojgani - El pescador




El pescador

El pescador tira sus redes.
De noche, cuando come,
se sienta solo.
Su plato es redondo como la luna,
pone una vela en su mesa.
Corta el pescado con el cuchillo y el tenedor
sacándole la piel como si estuviera en la cama, destapándolo.
Suele levantarse antes de que el sol salga
porque los peces no duermen mucho.
Algunas de esas noches
en que estuvo tomando mucho,
va a la escollera y les lee a los peces.
Les lee poemas,
poemas que están en libros,
poemas sobre la condición humana,
sobre los músculos que, dentro suyo,
cuestionan y tiemblan y se estremecen y duermen.
Con la botella en una mano, el libro en la otra,
los libros agarrándose de los poemas
como si fueran madres con miedo
de dejar que sus hijos salgan
al suave miedo de la noche eléctrica,
y como si él fuera el atrevido que les muestra este mundo.
Su madre nunca va a tomarlo como ahora.
Piensa: Soy muy grande.
Con el libro en una mano, la botella en la otra,
mientras las tormentas forman detrás suyo un rebaño
como cadáveres inflados que se acercan,
él recita a gritos estos poemas, gritando las palabras
como si fueran dientes que ya no se necesitan más.
Arrastra sus gritos como un predicador borracho
cortando las sogas. Levanta los poemas como piedras
para arrojar a los pies del trono de Dios,
seduciendo una palabra con otra palabra
y otra, esperando que alguna puerta se abra
dentro de alguna nube negra pero no pasa nada.
La lluvia cae, las olas van y vienen
y los peces duermen y se despiertan y duermen
y se despiertan una y otra vez
en medio de las sacudidas del océano. Él está parado
como un Noé rodeado de baldes
rebalsados y todo lo que tiene para atrapar
este relámpago mojado es esta boca abierta
y así les sigue leyendo.
Les lee sobre cosas que ninguno de ellos
va a ver jamás. Sobre las flores abriéndose,
sobre pájaros grandes como acantilados
agarrando héroes con sus alas plateadas,
llevando guerreros hacia la gracia abierta
de los dioses y hacia la sagrada providencia
donde este pescador está parado,
los escudos y los hombros pulidos
lo suficiente como para cegar al sol.
Se vacía a sí mismo
y las olas van y vienen.
Se va a su casa, se tira en su cama.
Todo el día siguiente lo duerme.
La noche entra por su ventana como un sueño,
una fiebre, una madre viniendo a abrazarlo.
Despierta dentro de sus brazos, va a la cocina,
prende una vela, pone la mesa, cocina su audiencia
y le saca la piel como si estuviera destapándolo
antes de meterse adentro. 



Versión de Tom Maver




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