TRES
MUJERES
Un poema para tres voces
Lugar: Una sala de maternidad y alrededores
PRIMERA
VOZ:
Soy lenta
como el mundo. Soy muy paciente,
giro en mi
tiempo, los soles y estrellas
me miran
con atención.
La
preocupación de la luna es más personal:
ella pasa y
vuelve a pasar, luminosa como una enfermera.
¿Está
apenada por lo que va a suceder? No creo.
Simplemente
la fertilidad la deja asombrada.
Cuando
salgo, soy un gran acontecimiento.
No necesito
pensar, ni siquiera ensayar.
Lo que
sucede adentro mío va a suceder sin llamar la atención.
El faisán
está parado en la colina
arreglando
sus plumas marrones.
No puedo
evitar sonreír por lo que sé.
Hojas y
pétalos me asisten. Estoy lista.
SEGUNDA
VOZ:
Cuando vi
por primera vez el pequeño goteo rojo,
no lo pude creer.
Vi a los
hombres pasar al lado mío en la oficina. ¡Eran tan chatos!
Había algo
en ellos como de cartón, y ahora entendía
esa chata,
chata monotonía de donde las ideas, destrucciones,
topadoras,
guillotinas, cuartos blancos donde se chilla, procedían
y procedían sin fin – y los ángeles blancos, las abstracciones.
Me senté en
mi escritorio, con las medias puestas, los tacos altos,
y el hombre
para quien trabajo se rió: “¿Viste algo terrible?
De pronto
estás toda pálida”. Y no contesté nada.
Vi a la
muerte en los árboles pelados, una privación.
No lo podía
creer. ¿Es tan difícil
para el
espíritu concebir una cara, una boca?
Las cartas
vienen de esas llaves negras y las llaves negras vienen
de mis
dedos alfabéticos, ordenando partes,
partes, pedacitos,
empleaditos, los brillantes múltiplos.
Muero
mientras estoy sentada. Pierdo una dimensión.
Los trenes
rugen en mis oídos, ¡partidas, partidas!
La huella
plateada del tiempo se vacía en la distancia,
el cielo
blanco se vacía de promesas como una taza.
Éstos son
mis pies, estos ecos mecánicos.
Tap, tap,
tap, se identifica el acero. Me encuentro esperando.
Ésta es una
enfermedad que llevo a casa, es una muerte.
Repito: es
una muerte. ¿Es el aire,
las
partículas de destrucción lo que absorbo? ¿Soy un pulso
que declina
y declina, mirando al ángel frío?
¿Es éste mi
amante entonces? ¿Esta muerte, esta muerte?
De chica
amé un nombre comido por los hongos.
¿Es éste el
único pecado, este viejo y muerto amor por la muerte?
TERCERA
VOZ:
Recuerdo el
minuto cuando lo supe con certeza.
Los sauces
daban miedo,
la cara en
la laguna era hermosa pero no era mía –
tenía una
mirada significativa, como todo lo demás,
y todo lo
que podía ver eran peligros: palomas y palabras,
estrellas y
lluvias de oro – ¡concepciones, concepciones!
Recuerdo
una blanca y fría ala
y al gran
cisne con su mirada terrible
viniendo
hacia mí, como un castillo, desde la cima del río.
Hay una
serpiente en los cisnes.
Se
deslizaba; su ojo tenía un significado negro.
Vi al mundo
en él – chico, malvado y negro,
cada
palabrita enganchada a cada palabrita, los actos a los actos.
Un día azul
caluroso había florecido en alguna cosa.
Yo no
estaba lista. Las nubes blancas juntándose
a un
costado me estaban arrastrando en cuatro direcciones.
No estaba
lista.
No había
admiración por mi parte.
Pensé que
podía negar la consecuencia –
pero era
muy tarde para eso. Era muy tarde y la cara
siguió
cambiando de forma con amor, como si yo estuviera lista.
SEGUNDA
VOZ:
Es un mundo
de nieve ahora. No estoy en casa.
Qué blancas
son estas sábanas. Las caras no tienen rasgos.
Están
desnudas, imposibles, como las caras de mis hijos,
esos
pequeñuelos enfermos que esquivan mis brazos.
Los otros
niños no me tocan: son terribles.
Tienen
demasiados colores, demasiada vida. No están quietos,
quietos,
como los pequeños vacíos que llevo dentro.
Tuve mis oportunidades.
Intenté e intenté.
Tomé la
vida y me la cosí como un órgano raro
y caminé
con cuidado, precariamente, como algo raro.
Traté de no
pensar demasiado. Traté de ser natural.
Traté de
ser ciega en el amor, como otras mujeres,
ciega en mi
cama, con mi dulce ciego amor, sin buscar
con la
mirada, a través de la densa oscuridad, la cara de otro.
No miré.
Pero la cara estaba ahí todavía,
la cara del
nonato que amaba sus perfecciones,
la cara del
muerto que sólo podía ser perfecta
en su
tranquila paz, sólo así podía seguir siendo sagrado.
Y luego hubo
otras caras. Las caras de las naciones,
gobiernos,
parlamentos, sociedades,
las caras
sin cara de los hombres importantes.
Son estos
hombres por los que me preocupo:
¡se ponen
celosos por cualquier cosa que no sea chata! Son dioses celosos
que
tendrían el mundo entero achatado con sólo ser.
Veo al
Padre conversar con el Hijo.
Semejante chatura
no podría sino ser sagrada.
“Hagamos un
cielo”, dicen.
“Achatemos y lavemos lo vulgar de estas almas”.
PRIMERA
VOZ:
Estoy
tranquila. Estoy tranquila. Es la calma previa a algo horrible:
el minuto amarillo antes de que el viento camine, cuando las hojas
dan vuelta
sus manos pálidas. Está todo tan tranquilo acá.
Las
sábanas, las caras son blancas y parecen relojes parados.
Hay voces
que se quedan atrás y se aplanan. Sus visibles jeroglíficos
se aplanan
como pergaminos para mantener lejos al viento.
¡Pintan
semejantes secretos en árabe, en chino!
Estoy
atontada y marrón. Soy una semilla a punto de estallar.
Lo marrón
es mi yo muerto, y es hosco:
no quiere
ser más o diferente.
El
atardecer me encapucha de azul ahora, como a una María.
¡Oh, color
de la distancia y el olvido!-
¿Cuándo va
a suceder el segundo en que el Tiempo se quiebre
y la
eternidad lo envuelva y yo me ahogue del todo?
Hablo
conmigo misma, sólo conmigo, que estoy alejada –
Higienizada
y estridente por los desinfectantes, sacrificial.
La espera
pesa mucho en mis párpados. Se apoya como el sueño,
como una
gran mar. Lejos, lejísimo, siento la primera ola arrastrar
su carga de
agonía hacia mí, inevitable, marítima.
Y yo, una
conchilla haciendo eco en esta playa blanca,
encaro las
voces que me abruman, los terribles elementos.
TERCERA
VOZ:
Ahora soy
una montaña entre mujeres montañosas.
Los
doctores se mueven entre nosotras como si nuestro tamaño
asustara a la
mente. Sonríen como imbéciles.
A ellos hay
que culpar por lo que soy, y lo saben.
Abrazan su
propia monotonía como a una clase de salud.
¿Y qué si
se vieran sorprendidos, como me pasó a mí?
Se
volverían locos.
¿Y qué si
dos vidas gotearan entre mis piernas?
Yo vi la
blanca, pulcra habitación con sus instrumentos.
Es un lugar
de chillidos. No es alegre.
“Acá vas a
venir cuando estés lista”.
Las luces
de la noche son rojas lunas chatas. Se aburren de la sangre.
No estoy
preparada para que algo suceda.
Debería
haber asesinado esto que me asesina.
PRIMERA
VOZ:
No hay
milagro más cruel que éste.
Me llevan
arrastrada los caballos, las pezuñas de acero.
Yo duro.
Duro hasta el final. Logro hacer un trabajo.
Un túnel
oscuro por donde precipitan las visitas,
las
visitas, las manifestaciones, las caras alarmadas.
Soy el
centro de una atrocidad.
¿Qué
dolores, qué llantos estaré cuidando amorosamente?
¿Puede una
inocencia semejante matar y matar? Ordeña mi vida.
Los árboles
se marchitan en la calle. La lluvia es corrosiva.
La pruebo
con mi lengua, también los horrores maleables,
los
horrores inactivos y ociosos, las madrinas despreciadas
con sus
corazones que hacen tic tac, con sus bolsos con instrumentos.
Voy a ser
una pared y un techo, protectora.
Voy a ser
un cielo y una colina de bondad: ¡Déjenme serlo!
Un poder
crece en mí, una vieja tenacidad.
Me estoy
deshaciendo como el mundo. Hay esta negrura,
esta
memoria de lo negro. Doblo mis manos sobre una montaña.
El aire es
pesado. Está cargado con este trabajo.
Estoy
usada. Machacada por el uso.
Mis ojos
están exprimidos por esta negrura.
No veo
nada.
SEGUNDA
VOZ:
Me acusan.
Sueño con masacres.
Soy un
jardín de negras y rojas agonías. Las bebo,
odiándome,
odiando y temiendo. Y ahora el mundo concibe
su fin y va
hacia él con las armas del amor en alto.
Es un amor
a la muerte que lo enferma todo.
Un sol
muerto mancha los diarios. Es rojo.
Pierdo una
vida detrás de otra. La negra tierra las bebe.
Ella es el
vampiro de todos nosotros. Así nos sostiene,
nos achata,
es amable. Su boca es roja.
La conozco.
La conozco íntimamente—
vieja cara
de invierno, vieja y estéril, vieja bomba de tiempo.
Los hombres
la usaron con maldad. Los va a comer.
Comerlos,
comerlos, finalmente comerlos.
El sol ya
bajó. Muero. Hago una muerte.
PRIMERA
VOZ:
¿Quién es
él, este chico azul y furioso,
brillante y
extraño como si hubiera caído de una estrella?
¡Mira con
tanto enojo!
Voló hasta
el cuarto, un chillido en sus talones.
El color
azul palidece. Es humano después de todo.
Un loto
rojo se abre en su taza de sangre;
me están
cosiendo con hilo de seda, como si fuera un material.
¿Qué
hicieron mis dedos antes de tomarlo?
¿Qué hizo
mi corazón con su amor?
Nunca vi
algo con tanta claridad.
Sus
párpados son como las lilas
y suave
como una polilla su aliento.
No voy a
soltarlo.
No hay
malicia ni perversión en él. Que siga a sí.
SEGUNDA
VOZ:
La luna
está en la ventana. Terminó.
¡Cómo el
invierno llena mi alma! Y esa luz color tiza
Recostando
sus escalas en las ventanas, las ventanas de oficinas vacías,
escuelas
vacías, iglesias vacías. ¡Oh, tanto vacío!
Hay este
cese. Este terrible abandono de todas las cosas.
Estos
cuerpos apilados alrededor mío, estos cuerpos que hibernan—
¿Qué rayo
azul de la luna congela sus sueños?
Siento que
entra en mí, frío, extraño, como un instrumento.
Y esa
enloquecida y dura cara al final del mismo, esa boca en O
abierta de
par en par por el perpetuo dolor.
Es ella la que arrastra el mar negro-sangre
mes a mes
con sus voces de derrota.
Estoy
inerme como el mar hacia el final de su cuerda.
Estoy
inquieta. Inquieta e inútil. Yo también creo cadáveres.
Voy a
mudarme al norte. Voy a mudarme a una larga negrura.
Me veo como
a una sombra, ni hombre ni mujer,
ni una
mujer contenta de ser como un hombre, ni un hombre
descortés y
suficientemente chato para no sentir la carencia. Siento la falta.
Estiro los
dedos hacia arriba, diez estacas blancas.
Mirá, la
oscuridad gotea desde las grietas.
No la puedo
contener. No puedo contener mi vida.
Voy a ser
la heroína periférica.
No voy a
ser acusada un broche aislado,
por agujeros en
el talón de las medias, las pálidas caras silentes
de las cartas
no respondidas, sepultadas en cajones.
No voy a
ser acusada, no voy a ser acusada.
El reloj no
va a encontrarme deseando, tampoco las estrellas
que se
fijan en su lugar, en un abismo y en otro.
TERCERA
VOZ:
La veo en
mis sueños, mi roja, terrible niña.
Llora a
través del vidrio que nos separa.
Está
llorando, y está furiosa.
Sus llantos
son ganchos que muerden y rechinan como felinos.
Con esos
ganchos ella trepa hasta que me entere.
Está
llorándole a la oscuridad o a las estrellas
que a
semejante distancia nuestra brillan y giran.
Creo que su
pequeña cabeza está tallada en madera,
roja, de
madera maciza, con los ojos cerrados y la boca bien abierta.
Y de la
boca abierta salen gritos agudos
que arañan
mi sueño como flechas,
que arañan
mi sueño, y entran por mi costado.
Mi hija no
tiene dientes. Su boca es ancha.
Pronuncia
tan oscuros sonidos que no puede ser buena.
PRIMERA
VOZ:
¿Qué cosa, quién nos arroja estas almas inocentes?
Miren,
están exhaustas, consumidas
en sus
cunas de lona, con sus nombres atados en las muñecas,
pequeños
trofeos de plata por los que vinieron desde tan lejos.
Hay algunos
con pelo negro y duro, otros son pelados.
El color de
su piel es rosado o amarillento, marrón o rojo;
están
empezando a recordar sus diferencias.
Creo que
están hechos de agua; no tienen expresión.
Sus rasgos
duermen como la luz en el agua quieta.
Son los
verdaderos monjes y monjas en sus idénticos atuendos.
Los veo
cayendo derramados como estrellas en el mundo—
en India,
África, América, a estos milagros,
estas puras,
pequeñas imágenes. Tienen olor a leche.
Las plantas
de sus pies están intactas. Son caminantes de aire.
¿Puede ser
tan abundante la nada?
Acá está mi
hijo.
Tiene los
ojos de ese azul general, chato.
Gira y me
mira como una pequeña, ciega, radiante planta.
Un llanto. Es
el gancho. Resisto.
Soy una colina cálida.
SEGUNDA
VOZ:
No soy fea.
Es más, soy hermosa.
El espejo devuelve una mujer sin deformaciones.
Las enfermeras me devuelven la ropa y una identidad.
Es común, dicen, que algo así suceda.
Es común en mi vida, y en la de las otras.
Una cada cinco, eso soy, algo así. No estoy desesperanzada.
Soy hermosa como una estadística. Acá está mi rouge.
Dibujo sobre la vieja boca.
La roja boca que abandoné junto a mi identidad
un día atrás, dos días, tres días atrás. Fue un viernes.
Ni siquiera necesito un día libre, puedo ir hoy mismo a
trabajar.
Puedo amar a mi marido, que va a ser comprensivo.
Que va a amarme a través del vidrio empañado de mi
deformidad
como si no hubiera perdido un ojo, una pierna, la lengua.
Y así estoy, un poco encandilada. Entonces me
alejo
caminando en ruedas en vez de piernas, que igual sirven.
Y aprendo a hablar con los dedos, no con la lengua.
El cuerpo es habilidoso.
El cuerpo de una estrella de mar puede volver a hacer crecer
sus brazos
y hay anfibios que son pródigos en piernas. Que yo pueda ser
tan pródiga en todo lo que me falta.
TERCERA VOZ:
Ella es una isla pequeña, dormida y en paz
y yo soy una barca blanca diciendo 'Chau, chau', con la
sirena.
El día es abrasador. Es muy triste.
Las flores en este cuarto son rojas, tropicales.
Vivieron detrás de un vidrio toda su vida, fueron cuidadas
con ternura.
Ahora enfrentan un invierno de blancas sábanas, blancas
caras.
Hay muy poco que poner en mi valija.
Está la ropa de una mujer gorda que no conozco.
Está mi peine y mi cepillo. Está este vacío.
De pronto soy tan vulnerable.
Soy una herida que están dejando que se vaya.
Dejo atrás mi salud. Dejo a alguien
que se adheriría a mí: suelto sus dedos como vendas: me voy.
SEGUNDA VOZ:
Soy yo de
nuevo. No hay cabos sueltos.
Me desangré blanca como la cera, nada me sujeta.
Estoy chata y soy virginal, lo que significa que nada
sucedió,
nada que no pueda ser borrado, arrancado y descartado,
vuelto a comenzar.
Estas ramitas negras no piensan florecer,
ni estas secas, secas alcantarillas sueñan con la lluvia.
Esta mujer con la que me encuentro en las ventanas—es
prolija.
Tan prolija que es transparente como un espíritu.
Con qué timidez superpone su prolijo ser
en el infierno de las naranjas africanas, los cerdos
colgados de las patas.
Deja que la realidad decida por ella.
Soy yo. Soy yo –
probando la amargura entre los dientes.
La incalculable maldad de cada día.
PRIMERA VOZ:
¿Por cuánto
tiempo puedo ser una pared que protege del viento?
¿Por cuánto
tiempo puedo estar
haciendo del sol
algo amable con la sombra de mi mano,
interceptando los
azules rayos de una luna fría?
Las voces de la
soledad, las voces del llanto
lamen mi espalda
inevitablemente.
¿Cómo puede
suavizarlas esta pequeña canción de cuna?
¿Por cuánto
tiempo puedo ser una muralla alrededor de mi verde propiedad?
¿Por cuánto
tiempo pueden mis manos
ser un vendaje
para sus heridas, y mis palabras
pájaros brillantes
en el cielo, consolando, consolando?
Es una cosa
terrible
ser tan abierta:
es como si mi corazón
se pusiera un
rostro y entrara caminando al mundo.
TERCERA VOZ:
Hoy mis
compañeros están borrachos con la primavera.
Mi vestido negro es
un poco fúnebre.
Muestra que estoy
seria.
Los libros los
llevo apretados en el costado.
Una vez tuve una
vieja herida pero está cicatrizando.
Soñé con una
isla, roja de llantos.
Fue un sueño y
no significó nada.
PRIMERA VOZ:
Flores en el gran olmo afuera de la casa.
Los vencejos están
de vuelta. Chillan como aviones de papel.
Oigo el sonido
de las horas
extenderse y
morir en los setos. Oigo a las vacas mugir.
Los colores vuelven
a cargarse y el húmedo
techo de paja
humea al sol.
Los narcisos
abren rostros blancos en el huerto.
Vuelvo a estar
tranquila. Vuelvo a estar tranquila.
Estos son los
colores claros y brillosos de la sala de maternidad,
los patitos de
juguete, los corderos felices.
Vuelvo a ser
sencilla. Creo en los milagros.
No creo en esos
chicos terribles
que dañan mis
sueños con sus ojos blancos, sus manos sin dedos.
No son míos. No
me pertenecen.
Voy a meditar
sobre la normalidad.
Voy a meditar
acerca de mi pequeño hijo.
No camina. No
habla una palabra.
Está envuelto en
vendas blancas.
Pero es rosado y
perfecto. Sonríe tan a menudo.
Empapelé su
cuarto con grandes rosas,
pinté corazoncitos
por todos lados.
No deseo que sea
excepcional.
Es la excepción
lo que le interesa al demonio.
Es la excepción
la que trepa la tristísima colina
o se sienta en
el desierto a lastimar el corazón de su madre.
Quiero que sea
común,
que me ame como
yo lo amo
y que se case
con quien quiera y donde quiera.
TERCERA VOZ:
Caluroso
mediodía en el campo. Las arañas de agua
se achicharran y
derriten, y los enamorados
siguen de largo,
siguen de largo.
Son negros y
chatos como sombras.
¡Es tan hermoso
no estar sujeta a nadie!
Soy solitaria
como el pasto. ¿De qué me pierdo?
¿Voy a
encontrarlo alguna vez, sea lo que sea?
Los cisnes se
fueron. Pero todavía el río
recuerda lo
blancos que eran.
Se esfuerza por
alcanzarlos con sus luces.
Encuentra sus
formas en una nube.
¿Cuál es ese pájaro
que grita
con semejante
dolor en su voz?
Soy joven como
nunca, dice. ¿Qué me estoy perdiendo?
SEGUNDA VOZ:
Estoy en casa a
la luz del velador. Las tardes se alargan.
Remedo una funda
de almohada: mi marido lee.
Con qué belleza
la luz incluye estas cosas.
Hay un humo
particular en el aire primaveral,
un humo que tiñe
los parques, las pequeñas estatuas
de rosado, como si
despertara un cariño,
Un cariño que no
se agota, algo que cura.
Espero y siento
dolor. Creo que me estoy curando.
Hay muchísimo más
para hacer. Mis manos
pueden coser el
hilo con prolijidad en este material. Mi marido
puede dar vuelta
una y otra vez las páginas de un libro.
Y así estamos
juntos en casa por horas.
Sólo el tiempo
pesa sobre nuestras manos.
Es sólo el
tiempo, que no es material.
Las calles
pueden convertirse en papel de golpe, pero me recupero
de la larga caída
y me despierto en la cama
sana en el
colchón, las manos agarradas como para una caída.
Me encuentro otra
vez. No soy una sombra
aunque hay una
sombra que empieza en mis pies. Soy una esposa.
La ciudad espera
y siente dolor. Los pastitos
salen de entre
las piedras y están verdes de vida.
ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººº
Three Women
A Poem for Three Voices
Setting: A Maternity Ward and round about
FIRST
VOICE:
I am slow
as the world. I am very patient,
Turning
through my time, the suns and stars
Regarding
me with attention.
The moon's
concern is more personal:
She passes
and repasses, luminous as a nurse.
Is she
sorry for what will happen? I do not think so.
She is
simply astonished at fertility.
When I walk
out, I am a great event.
I do not
have to think, or even rehearse.
What
happens in me will happen without attention.
The pheasant
stands on the hill;
He is
arranging his brown feathers.
I cannot
help smiling at what it is I know.
Leaves and
petals attend me. I am ready.
SECOND
VOICE:
When I
first saw it, the small red seep, I did not believe it.
I watched
the men walk about me in the office. They were so flat!
There was
something about them like cardboard, and now I had caught it,
That flat,
flat, flatness from which ideas, destructions,
Bulldozers,
guillotines, white chambers of shrieks proceed,
Endlessly
proceed--and the cold angels, the abstractions.
I sat at my
desk in my stockings, my high heels,
And the man
I work for laughed: 'Have you seen something awful?
You are so
white, suddenly.' And I said nothing.
I saw death
in the bare trees, a deprivation.
I could not
believe it. Is it so difficult
For the
spirit to conceive a face, a mouth?
The letters
proceed from these black keys, and these black keys proceed
From my
alphabetical fingers, ordering parts,
Parts,
bits, cogs, the shining multiples.
I am dying as
I sit. I lose a dimension.
Trains roar
in my ears, departures, departures!
The silver
track of time empties into the distance,
The white
sky empties of its promise, like a cup.
These are
my feet, these mechanical echoes.
Tap, tap,
tap, steel pegs. I am found wanting.
This is a
disease I carry home, this is a death.
Again, this
is a death. Is it the air,
The
particles of destruction I suck up? Am I a pulse
That wanes
and wanes, facing the cold angel?
Is this my
lover then? This death, this death?
As a child
I loved a lichen-bitten name.
Is this the
one sin then, this old dead love of death?
THIRD
VOICE:
I remember
the minute when I knew for sure.
The willows
were chilling,
The face in
the pool was beautiful, but not mine--
It had a
consequential look, like everything else,
And all I
could see was dangers: doves and words,
Stars and
showers of gold--conceptions, conceptions!
I remember
a white, cold wing
And the
great swan, with its terrible look,
Coming at
me, like a castle, from the top of the river.
There is a
snake in swans.
He glided
by; his eye had a black meaning.
I saw the
world in it--small, mean and black,
Every
little word hooked to every little word, and act to act.
A hot blue
day had budded into something.
I wasn't
ready. The white clouds rearing
Aside were
dragging me in four directions.
I wasn't
ready.
I had no
reverence.
I thought I
could deny the consequence--
But it was
too late for that. It was too late, and the face
Went on
shaping itself with love, as if I was ready.
SECOND
VOICE:
It is a
world of snow now. I am not at home.
How white
these sheets are. The faces have no features.
They are
bald and impossible, like the faces of my children,
Those
little sick ones that elude my arms.
Other
children do not touch me: they are terrible.
They have
too many colors, too much life. They are not quiet,
Quiet, like
the little emptinesses I carry.
I have had
my chances. I have tried and tried.
I have
stitched life into me like a rare organ,
And walked
carefully, precariously, like something rare.
I have
tried not to think too hard. I have tried to be natural.
I have
tried to be blind in love, like other women,
Blind in my
bed, with my dear blind sweet one,
Not
looking, through the thick dark, for the face of another.
I did not
look. But still the face was there,
The face of
the unborn one that loved its perfections,
The face of
the dead one that could only be perfect
In its easy
peace, could only keep holy so.
And then
there were other faces. The faces of nations,
Governments,
parliaments, societies,
The
faceless faces of important men.
It is these
men I mind:
They are so
jealous of anything that is not flat! They are jealous gods
That would
have the whole world flat because they are.
I see the
Father conversing with the Son.
Such
flatness cannot but be holy.
'Let us
make a heaven,' they say.
'Let us
flatten and launder the grossness from these souls.'
FIRST
VOICE:
I am calm.
I am calm. It is the calm before something awful:
The yellow
minute before the wind walks, when the leaves
Turn up
their hands, their pallors. It is so quiet here.
The sheets,
the faces, are white and stopped, like clocks.
Voices
stand back and flatten. Their visible hieroglyphs
Flatten to
parchment screens to keep the wind off.
They paint
such secrets in Arabic, Chinese!
I am dumb
and brown. I am a seed about to break.
The
brownness is my dead self, and it is sullen:
It does not
wish to be more, or different.
Dusk hoods
me in blue now, like a Mary.
O color of
distance and forgetfulness!--
When will
it be, the second when Time breaks
And
eternity engulfs it, and I drown utterly?
I talk to
myself, myself only, set apart--
Swabbed and
lurid with disinfectants, sacrificial.
Waiting
lies heavy on my lids. It lies like sleep,
Like a big
sea. Far off, far off, I feel the first wave tug
Its cargo
of agony toward me, inescapable, tidal.
And I, a
shell, echoing on this white beach
Face the
voices that overwhelm, the terrible element.
THIRD
VOICE:
I am a
mountain now, among mountainy women.
The doctors
move among us as if our bigness
Frightened
the mind. They smile like fools.
They are to
blame for what I am, and they know it.
They hug
their flatness like a kind of health.
And what if
they found themselves surprised, as I did?
They would
go mad with it.
And what if
two lives leaked between my thighs?
I have seen
the white clean chamber with its instruments.
It is a
place of shrieks. It is not happy.
'This is
where you will come when you are ready.'
The night
lights are flat red moons. They are dull with blood.
I am not
ready for anything to happen.
I should
have murdered this, that murders me.
FIRST
VOICE:
There is no
miracle more cruel than this.
I am
dragged by the horses, the iron hooves.
I last. I
last it out. I accomplish a work.
Dark
tunnel, through which hurtle the visitations,
The
visitations, the manifestations, the startled faces.
I am the
center of an atrocity.
What pains,
what sorrows must I be mothering?
Can such
innocence kill and kill? It milks my life.
The trees
wither in the street. The rain is corrosive.
I taste it
on my tongue, and the workable horrors,
The horrors
that stand and idle, the slighted godmothers
With their
hearts that tick and tick, with their satchels of instruments.
I shall be
a wall and a roof, protecting.
I shall be
a sky and a hill of good: O let me be!
A power is
growing on me, an old tenacity.
I am
breaking apart like the world. There is this blackness,
This ram of
blackness. I fold my hands on a mountain.
The air is
thick. It is thick with this working.
I am used.
I am drummed into use.
My eyes are
squeezed by this blackness.
I see
nothing.
SECOND
VOICE:
I am
accused. I dream of massacres.
I am a
garden of black and red agonies. I drink them,
Hating
myself, hating and fearing. And now the world conceives
Its end and
runs toward it, arms held out in love.
It is a
love of death that sickens everything.
A dead sun
stains the newsprint. It is red.
I lose life
after life. The dark earth drinks them.
She is the
vampire of us all. So she supports us,
Fattens us,
is kind. Her mouth is red.
I know her.
I know her intimately--
Old
winter-face, old barren one, old time bomb.
Men have
used her meanly. She will eat them.
Eat them,
eat them, eat them in the end.
The sun is
down. I die. I make a death.
FIRST
VOICE:
Who is he,
this blue, furious boy,
Shiny and
strange, as if he had hurtled from a star?
He is
looking so angrily!
He flew
into the room, a shriek at his heel.
The blue
color pales. He is human after all.
A red lotus
opens in its bowl of blood;
They are
stitching me up with silk, as if I were a material.
What did my
fingers do before they held him?
What did my
heart do, with its love?
I have
never seen a thing so clear.
His lids
are like the lilac-flower
And soft as
a moth, his breath.
I shall not
let go.
There is no
guile or warp in him. May he keep so.
SECOND
VOICE:
There is
the moon in the high window. It is over.
How winter
fills my soul! And that chalk light
Laying its
scales on the windows, the windows of empty offices,
Empty
schoolrooms, empty churches. O so much emptiness!
There is
this cessation. This terrible cessation of everything.
These
bodies mounded around me now, these polar sleepers--
What blue,
moony ray ices their dreams?
I feel it
enter me, cold, alien, like an instrument.
And that
mad, hard face at the end of it, that O-mouth
Open in its
gape of perpetual grieving.
It is she
that drags the blood-black sea around
Month after
month, with its voices of failure.
I am
helpless as the sea at the end of her string.
I am
restless. Restless and useless. I, too, create corpses.
I shall
move north. I shall move into a long blackness.
I see
myself as a shadow, neither man nor woman,
Neither a
woman, happy to be like a man, nor a man
Blunt and
flat enough to feel no lack. I feel a lack.
I hold my
fingers up, ten white pickets.
See, the
darkness is leaking from the cracks.
I cannot
contain it. I cannot contain my life.
I shall be
a heroine of the peripheral.
I shall not
be accused by isolate buttons,
Holes in
the heels of socks, the white mute faces
Of
unanswered letters, coffined in a letter case.
I shall not
be accused, I shall not be accused.
The clock
shall not find me wanting, nor these stars
That rivet
in place abyss after abyss.
THIRD
VOICE:
I see her
in my sleep, my red, terrible girl.
She is
crying through the glass that separates us.
She is
crying, and she is furious.
Her cries
are hooks that catch and grate like cats.
It is by
these hooks she climbs to my notice.
She is
crying at the dark, or at the stars
That at
such a distance from us shine and whirl.
I think her
little head is carved in wood,
A red, hard
wood, eyes shut and mouth wide open.
And from
the open mouth issue sharp cries
Scratching
at my sleep like arrows,
Scratching
at my sleep, and entering my side.
My daughter
has no teeth. Her mouth is wide.
It utters
such dark sounds it cannot be good.
FIRST
VOICE:
What is it
that flings these innocent souls at us?
Look, they
are so exhausted, they are all flat out
In their
canvas-sided cots, names tied to their wrists,
The little
silver trophies they've come so far for.
There are
some with thick black hair, there are some bald.
Their skin
tints are pink or sallow, brown or red;
They are
beginning to remember their differences.
I think
they are made of water; they have no expression.
Their
features are sleeping, like light on quiet water.
They are
the real monks and nuns in their identical garments.
I see them
showering like stars on to the world--
On India , Africa, America , these miraculous ones,
These pure,
small images. They smell of milk.
Their
footsoles are untouched. They are walkers of air.
Can
nothingness be so prodigal?
Here is my
son.
His wide
eye is that general, flat blue.
He is
turning to me like a little, blind, bright plant.
One cry. It
is the hook I hang on.
And I am a
river of milk.
I am a warm
hill.
SECOND
VOICE:
I am not
ugly. I am even beautiful.
The mirror
gives back a woman without deformity.
The nurses
give back my clothes, and an identity.
It is
usual, they say, for such a thing to happen.
It is usual
in my life, and the lives of others.
I am one in
five, something like that. I am not hopeless.
I am
beautiful as a statistic. Here is my lipstick.
I draw on
the old mouth.
The red
mouth I put by with my identity
A day ago,
two days, three days ago. It was a Friday.
I do not
even need a holiday; I can go to work today.
I can love
my husband, who will understand.
Who will
love me through the blur of my deformity
As if I had
lost an eye, a leg, a tongue.
And so I
stand, a little sightless. So I walk
Away on
wheels, instead of legs, they serve as well.
And learn
to speak with fingers, not a tongue.
The body is
resourceful.
The body of
a starfish can grow back its arms
And newts
are prodigal in legs. And may I be
As prodigal
in what lacks me.
THIRD
VOICE:
She is a
small island, asleep and peaceful,
And I am a
white ship hooting: Goodbye, goodbye.
The day is
blazing. It is very mournful.
The flowers
in this room are red and tropical.
They have
lived behind glass all their lives, they have been cared for tenderly.
Now they
face a winter of white sheets, white faces.
There is
very little to go into my suitcase.
There are
the clothes of a fat woman I do not know.
There is my
comb and brush. There is an emptiness.
I am so
vulnerable suddenly.
I am a
wound walking out of hospital.
I am a
wound that they are letting go.
I leave my
health behind. I leave someone
Who would
adhere to me: I undo her fingers like bandages: I go.
SECOND
VOICE:
I am myself
again. There are no loose ends.
I am bled
white as wax, I have no attachments.
I am flat
and virginal, which means nothing has happened,
Nothing
that cannot be erased, ripped up and scrapped, begun again.
These
little black twigs do not think to bud,
Nor do
these dry, dry gutters dream of rain.
This woman
who meets me in windows--she is neat.
So neat she
is transparent, like a spirit.
how shyly
she superimposes her neat self
On the
inferno of African oranges, the heel-hung pigs.
She is
deferring to reality.
It is I. It
is I--
Tasting the
bitterness between my teeth.
The
incalculable malice of the everyday.
FIRST
VOICE:
How long
can I be a wall, keeping the wind off?
How long
can I be
Gentling
the sun with the shade of my hand,
Intercepting
the blue bolts of a cold moon?
The voices
of loneliness, the voices of sorrow
Lap at my
back ineluctably.
How shall
it soften them, this little lullaby?
How long
can I be a wall around my green property?
How long
can my hands
Be a
bandage to his hurt, and my words
Bright
birds in the sky, consoling, consoling?
It is a
terrible thing
To be so
open: it is as if my heart
Put on a
face and walked into the world.
THIRD
VOICE:
Today the
colleges are drunk with spring.
My black
gown is a little funeral:
It shows I
am serious.
The books I
carry wedge into my side.
I had an
old wound once, but it is healing.
I had a
dream of an island, red with cries.
It was a
dream, and did not mean a thing.
FIRST
VOICE:
Dawn
flowers in the great elm outside the house.
The swifts
are back. They are shrieking like paper rockets.
I hear the
sound of the hours
Widen and
die in the hedgerows. I hear the moo of cows.
The colors
replenish themselves, and the wet
Thatch
smokes in the sun.
The
narcissi open white faces in the orchard.
I am
reassured. I am reassured.
These are
the clear bright colors of the nursery,
The talking
ducks, the happy lambs.
I am simple
again. I believe in miracles.
I do not
believe in those terrible children
Who injure
my sleep with their white eyes, their fingerless hands.
They are
not mine. They do not belong to me.
I shall
meditate upon normality.
I shall
meditate upon my little son.
He does not
walk. He does not speak a word.
He is still
swaddled in white bands.
But he is
pink and perfect. He smiles so frequently.
I have
papered his room with big roses,
I have
painted little hearts on everything.
I do not
will him to be exceptional.
It is the
exception that interests the devil.
It is the
exception that climbs the sorrowful hill
Or sits in
the desert and hurts his mother's heart.
I will him
to be common,
To love me
as I love him,
And to marry
what he wants and where he will.
THIRD
VOICE:
Hot noon in
the meadows. The buttercups
Swelter and
melt, and the lovers
Pass by,
pass by.
They are
black and flat as shadows.
It is so
beautiful to have no attachments!
I am
solitary as grass. What is it I miss?
Shall I
ever find it, whatever it is?
The swans
are gone. Still the river
Remembers
how white they were.
It strives
after them with its lights.
It finds
their shapes in a cloud.
What is
that bird that cries
With such
sorrow in its voice?
I am young
as ever, it says. What is it I miss?
SECOND
VOICE:
I am at
home in the lamplight. The evenings are lengthening.
I am
mending a silk slip: my husband is reading.
How
beautifully the light includes these things.
There is a
kind of smoke in the spring air,
A smoke
that takes the parks, the little statues
With
pinkness, as if a tenderness awoke,
A
tenderness that did not tire, something healing.
I wait and
ache. I think I have been healing.
There is a
great deal else to do. My hands
Can stitch
lace neatly on to this material. My husband
Can turn
and turn the pages of a book.
And so we
are at home together, after hours.
It is only
time that weighs upon our hands.
It is only
time, and that is not material.
The streets
may turn to paper suddenly, but I recover
From the
long fall, and find myself in bed,
Safe on the
mattress, hands braced, as for a fall.
I find
myself again. I am no shadow
Though
there is a shadow starting from my feet. I am a wife.
The city
waits and aches. The
little grasses
Crack
through stone, and they are green with life.