3.11.13

Suji Kwock Kim - Generación



0

Una vez no fui nada: una vez éramos una.

1

En el mundo que no había nacido oímos los años precipitándose,
zumbando como los engranajes de una fábrica gigante –tiempo tiempo tiempo-

2

Oímos la respiración humana,
pensamientos que iban y venían como hojas de bambú silbando en el viento,
dudas arremolinándose como aviones de reconocimiento sobre bosques de sueño,
oímos palabras murmuradas en estado amoroso.

3

Sentimos cuerpos desnudos trepar uno al otro,
aferrándose, aferrándose,
como si pudieran llevarse a una país que no puede ser nombrado.
Sentimos chirriar a las mantas, la áspera lona de las sábanas humedecerse,
sentimos una piel mojada que los mantenía juntos y separados.
¿Qué bordes cruzaron? ¿Qué más querían?
Agridulces fueron la transpiración que probamos, los labios hinchados que tocamos, los genitales separados frotándose:
agridulce el vino de una carne que bebían y bebían.

4

Nos llamaron por sobre océanos de sal ensoñada,
sus voces se movían sobre el rostro de las aguas como las luces de una torre de vigilancia.
Nos escondimos y nos rehusamos a salir.
Sus gritos nos siguieron como perros policía gruñendo atados.
Corrimos en la lluvia de benceno, volamos entre nubes de combustible de avión.
Nadamos a través de la espuma de hidrógeno, nos desplazamos entre infinitas estrellas como arena.
No queríamos nacer no queríamos.
Ciegamente sus manos nos buscaron a tientas como un operativo que rastrea cadáveres,
ciegamente sus manos me arrastraron como ganchos de captura de entre las olas,
los espumosos cueros cabelludos de niños fantasma que reían, el pelo como algas chorreando,
madera a la deriva de otros chicos que podrían haber sido.
Con cromosomas y polvo,
células de esperanza, células de historia,
con refugiados corriendo lejos de los bombardeos de los morteros, inmigrantes manejando a las centrales eléctricas de Jersey,
con filipéndulas y aceite, el frote de vidas no vividas en constante choque,
con deseos conocidos y desconocidos me atrajeron.

5

Entré en el laberinto del cuerpo de mi madre.
Anduve sin rumbo entre los bosques de nervios que se bifurcaban en todas direcciones,
árboles altísimos encendidos por emociones, crujiendo y ardiendo,
remé entre ríos de venas.
Me mojé en grutas linfáticas en medio de islas de glándulas.
Salté de una costilla a la otra, de un anillo de la espina dorsal a otro,
me balancée en las sogas de los intestinos.
Toqué los órganos, salté la niebla de oxígeno dulce en los pulmones.
Trepé las placas tectónicas del cráneo rápido para no caer por las grietas que había,
hacia las montañas de la mente en donde no se podía ver el fondo.
Entreví desde las articulaciones al cerebro reposando en acantilados de hueso
como un volcán gigante, con su magma de memorias, su magma de mañanas,
podría haber jugado ahí para siempre, mirando, asombrándome ante las vastas extensiones de adentro,
asombrándome ante las grandes cámaras en el corazón.
La máquina que me hizo meterme en la cueva del útero, me hizo
una tumba de carne, ahora el motor del comienzo arrancaba y avanzaba,
las células dividiéndose, células dividiéndose:

ahora las neuronas hierven, las dendritas zumban,
ahora las arterias hacen túneles de pañuelos como tubos conectados a una intravenosa;
ahora los órganos bombean, los martillos del hambre golpean,
ahora los nervios se aferran, los tendones azotan al hueso con la carne:
mientras mi esqueleto se suelda, el cuero cabelludo se junta como cemento,
mientras mi cara también se suelda y se endurece como una máscara de acero fundido,
mientras mi sangre se agita como un horno de deseo,
mientras mi corazón marca su ritmo como una bomba – es-era, es-era:
después, frías lenguas de metal engramparon mi frente y sien,
después los fórceps me arrancaron del cuerpo de mi madre como una fruta de un árbol:
después oí un grito de dolor -¿mío, ajeno?-
después el snip snip del bisturí sobre el cordón umbilical, como cuchillas afilándose en un chaira:
pronto me sentí pegajosa de sangre y pelo enmarañado, las luces quirúrgicas me cegaron,
pronto sentí las lágrimas quemándome la piel -¿Por qué estás llorando? ¿Por qué soy?-
no sabía quién o qué era, sólo que era,
cada pregunta la contestaba el eco de mi voz sola: yo, yo, yo.



del libro: Notes from the divided country


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