Poema para
las tetas
Como otras
hermanas gemelas, ellas pueden ser
mejor
identificadas en la adultez.
Una es
rápida para arrugar el ceño,
su cerebro,
su veloz inteligencia. La otra
sueña
dentro de una constelación,
pecas de
Orión. Nacieron cuando yo tenía trece,
crecieron,
salieron de mi pecho,
ahora
tienen cuarenta, son sabias, generosas.
Estoy
dentro de ellas – de alguna manera debajo de ellas,
o las
llevo, tanto tiempo estuve viva sin ellas.
No puedo
decir que soy ellas, aunque sus sentimientos sean casi
mis
sentimientos, como con alguien que uno ama. Parecen,
para mí,
como un regalo que tengo que dar.
Que los
hombres debían alabar su categoría de
ser, casi
que pasaran hambre por ellas,
no se me
escapaba, ni que algunos jóvenes
las amaban
de la manera en que uno querría ser amado.
Todo el año
estuvieron llamando a mi marido que se fue,
cantándole,
como un par de sirenas
empapadas
en las escolleras.
No pueden
creer que las haya abandonado, no está en su
vocabulario,
ellas, que fueron hechas
de promesa
– ellas que son como juramentos literales mantenidos.
A veces,
ahora, las tomo un momento,
una en cada
mano, viudas gemelas,
pesa su
tristeza. Ellas fueron un regalo que me dieron,
y después
fueron nuestras, como lactantes sedientos
de
excitación y plenitud. Y ahora es la misma
estación
otra vez, la mismísima semana
que él se
fue. ¿No les susurró
“Espérenme
acá un año”? No.
Dijo, “Dios
las bendiga, Dios
las
bendiga, A-diós, para el resto
de su vida
y la para la larga nada. Y ellas no
conocen el
lenguaje, lo están esperando, mi
Dios que
son bobas, ni siquiera
saben que
son mortales – son dulces, supongo,
es
refrescante vivir con ellas, seres sin
el
conocimiento de la muerte, criaturas de un sufrimiento ignorante.
Versión de Tom Maver
de su último libro, Stag's Leap (2012)
°°°°°°°°
Poem for
the Breasts
Like other
identical twins, they can be
better told
apart in adulthood.
One is fast
to wrinkle her brow,
her brain,
her quick intelligence. The other
dreams
inside a constellation,
freckles of
Orion. They were born when I was thirteen,
they rose
up, half out of my chest,
now they’re
forty, wise, generous.
I am inside
them — in a way, under them,
or I carry
them, I’d been alive so many years without them.
I can’t say
I am them, though their feelings are almost
my
feelings, as with someone one loves. They seem,
to me, like
a gift that I have to give.
That boys
were said to worship their category of
being,
almost starve for it,
did not
escape me, and some young men
loved them
the way one would want, oneself, to be loved.
All year
they have been calling to my departed husband,
singing to
him, like a pair of soaking
sirens on a
scaled rock.
They can’t
believe he’s left them, it’s not in their
vocabulary,
they being made
of promise
— they’re like literally kept vows.
Sometimes,
now, I hold them a moment,
one in each
hand, twin widows,
heavy with
grief. They were a gift to me,
and then
they were ours, like thirsty nurslings
of
excitement and plenty. And now it’s the same
season
again, the very week
he moved
out. Didn’t he whisper to them,
Wait here
for me one year? no.
He said,
God be with you, God
be with
you, God-bye, for the rest
of this
life and for the long nothing. And they do not
know
language, they are waiting for him, my
Christ they
are dumb, they do not even
know they
are mortal — sweet, I guess,
refreshing
to live with, beings without
the
knowledge of death, creatures of ignorant suffering.