23.4.12

Auster - Traducción y memoria

(EEUU, 1947 - )

            El Libro de la Memoria. Libro Noveno.
            Durante la mayor parte de su vida adulta, él se ganó la vida traduciendo libros de otros escritores. Se sienta en su escritorio leyendo un libro en francés y luego toma la lapicera y escribe el mismo libro en inglés. Es a la vez el mismo libro y otro, y la extrañeza de esta actividad nunca dejó de impresionarlo. Cada libro es una imagen de soledad. Es un objeto tangible que uno levanta, deja, abre y cierra, y sus palabras representan muchos meses, si no muchos años, de la soledad de un hombre, de modo que cada palabra que uno lee en un libro puede decirle que se está enfrentando a una partícula de esa soledad. Un hombre se sienta solo en un cuarto y escribe. Por más que el libro hable de soledad o compañía, es necesariamente un producto de la soledad. A. se sienta en su cuarto a traducir el libro de otro hombre y es como si estuviera entrando en la soledad de ese hombre y haciéndola suya. Pero esto es imposible, sin dudas. Porque una vez que la soledad fue violada, o que otro hombre la continúa, no es más soledad sino una suerte de compañía. Aunque haya un solo hombre en el cuarto, hay dos. A. se imagina a sí mismo como una suerte de fantasma de ese otro que a la vez está y no está ahí y cuyo libro es a la vez el mismo y otro distinto del que está traduciendo. Entonces, se dice, es posible estar solo y acompañado al mismo tiempo.
            Una palabra se parece a otra, una cosa se convierte en otra. De esta manera, se dice, funciona del mismo modo que la memoria. Imagina una inmensa Babel dentro suyo. Hay un texto que se traduce a sí mismo a una cantidad infinita de lenguas. Las oraciones salen en vuelcos de él a la velocidad del pensamiento y cada palabra viene de una lengua diferente, mil lenguas que claman dentro suyo a la vez y el estruendo que se hace eco a través de un laberinto de cuartos, corredores, escaleras de cien pisos. Repite. En el espacio de la memoria, todo es a la vez eso y otra cosa. Y después se da cuenta de que todo lo que está queriendo guardar en el Libro de la Memoria, todo lo que ha escrito hasta ahora, no es más que la traducción de uno o dos momentos de su vida – esos momentos que vivió en vísperas de la Navidad de 1979 en su cuarto de  la calle Varick número 6.*




*Nota del T.: Éste y otros fragmentos pertenecen al libro La invención de la soledad. Empecé a leer el libro por su título y porque era un relato fragmentado acerca del duelo de un hijo por su padre. Escribir sobre alguien que no está más me atrae poderosamente (me hace pensar en las cartas, ese género de postergaciones en el que uno siempre habla solo aunque se dirija al otro). Y a medida que avanzaba en la lectura, no dejaba de imaginar la muerte de mi propio padre, y qué sería escribir en ese entonces. Y de alguna manera, por lo menos mientras leía tuve eso: un recuerdo futuro. Como si tuviera en mi mente una borrosa memoria de más adelante, mezcla de proyecciones propias y de las imágenes que Auster me ponía delante de los ojos. Traduciendo, no yo, era mi padre, el recuerdo de la muerte de mi padre todavía vivo lo que aparecía y desaparecía.

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The book Of Memory. Book Nine.
            For most of his adult life, he has earned his living by translating the books of other writers. He sits at his desk reading the book in French and then picks up his pen and writes the same book in English. It is both the same book and not the same book, and the strangeness of this activity has never failed to impress him. Every book is an image of solitude. It is a tangible object that one can pick up, put down, open, and close, and its words represent many months, if not many years, of one man’s solitude, so that with each word one reads in a book one might say to himself that he is confronting a particle of that solitude. A man sits alone in a room and writes. Whether the book speaks of loneliness or companionship, it is necessarily a product of solitude. A. sits down in his own room to translate another man’s book, and it is a though he were entering that man’s solitude and making it his own. But surely that is impossible. For once a solitude has been breached, once a solitude has taken on by another, it is no longer solitude, but a kind of companionship. Even though there is only one man in the room, there are two. A. imagines himself as a kind of ghost of that other man, who is both there and not there, and whose book is both the same and not the same as the one he is translating. Therefore, he tells himself, it is possible to be alone and not alone at the same moment.
            A word becomes another word, a thing becomes another thing. In this way, he tells himself, it works in the same way that memory does. He imagines an immense Babel inside him. There is a text, and it translates itself into an infinite number of languages. Sentences spill out of him at the speed of thought, and each word comes from a different language, a thousand tongues that clamor inside him at once, the din of it echoing through a maze of rooms, corridors, and stairways, hundreds of stories high. He repeats. In the space of memory, everything is both itself and something else. And then it dawns on him that everything he is trying to record in The Book of Memory, everything he has written so far, is no more that the translation of a moment or two of his life – those moments he lived through on Christmas Eve, 1979, in his room at 6 Varick Street.


The invention of solitude, Faber & Faber, USA, 1988

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